No lloramos sobre las ruinas de una “legalidad”
perdida. Esa “legalidad”, que siempre hemos combatido, no nos Interesa.
El drama no está en que la fuerza se lleve por
delante una constitución que la fuerza trajo. El drama esta en que el país para
desembarazarse de esa constitución, ha tenido que aceptar los buenos oficios de
uno de los mismos que lo impuso. En que ha sido incapaz de recuperar la
plenitud de sus derechos o por la vía revoluciona ría o por el camino de las
urnas. El drama está en que ha quedado probado que la soberanía reside en la
policía. Los comisarios mandan. En tramos el 31 de Marzo por el atajo de los
golpes de Estado. Aquél, quedó impune. Menos de nueve años después tenemos otro
golpe. ¿Quién puede alzarse contra el limpio de culpa? Ahora que se ha visto la
reiterada eficacia del procedimiento, la Inaudita facilidad con que se aplica,
¿qué puede impedir a otros - las policías en la mano - que lo vuelvan a
utilizar?
El drama está – finalmente - en que en esta hora sombría,
todos, marzistas y no marzistas, opositores o dictatoriales aparecen mezclados
y confundidos. La atonía popular que no es más que una forma del asco que a
todos nos invade y de la resignación que a muchos domina, prepara el camino a
las peores soluciones. Lorenzo Latorre tiene expedita la vía del retomo.
Nuestros actos nos siguen. Aunque escandalice a los
miopes, decimos, que la oposición tiene gran responsabilidad en lo que ocurre.
Este golpe de Estado nace, de la falta de fe. Dos caminos tenía abiertos,
producido el golpe de Estado: la revolución o el comicio. Descartado el primero
sobre todo porque nunca creyeron en él, muchos de los que estruendosamente
decían buscarlo, quedaba el otro. Pero el otro, con un sentido categóricamente
opositor, sin contacto ni acercamiento ni imploraciones al gobernante. No se
creyó en lo primero. Tampoco, aunque parezca raro y aun paradójico, los más
encendidos concurrentistas creyeron en el segundo. No creyeron, en realidad los
que en lugar de librar la batalla de frente al marzismo buscaron la protección
del lema común y se dispusieron a acumular sus votos a los de los réprobos
triunfantes de la víspera. No lo creyeron, aunque esto parezca doblemente
paradójico, los que levantaron un lema nuevo. Porque hicieron de ese lema no
una bandera de oposición sino de permanente acercamiento al gobernante. Lo
utilizaron para combatir al adversario dentro de filas no para combatir al
adversario común. Posibilidades que ya hemos calificado de segunda mano que se
negaba a sí mismo y que perseguía un propósito parcial, pequeño y efímero:
resolver el pleito interno con ayuda del gobernante colorado y de origen
dictatorial.
Así, siempre aunque parezca paradójico, la doble
táctica seguida - lema común dentro de las filas opositoras coloradas, lema
propio dentro de las filas nacionalistas opositoras - era una misma. Respondía
a una misma finalidad y reposaba sobre el mismo descreimiento. De ahí, que los
defensores del lema propio en el nacionalismo, no atacaran a los que habían
aceptado el lema común en el coloradismo. De ahí que ahora los voceros más
calificados de una y otra tendencia - “El Plata” y “El Día” - coincidan en la
apreciación de los hechos consumados y de la táctica a seguir frente al
gobernante convertido desembozadamente en dictador.
Y hay que decir, - para seguir evitando confusiones
que se acumulan, que acumulan sobre todo ciertos hipócritas que se disponen a
comer las castañas sacadas por mano ajena - que dentro de la incongruencia de
la posición inicial que señalamos -concurrencismo sin creer en el sufragio -
los únicos congruentes y lógicos son, precisamente, ahora, “El Plata” y “El
Día”. Hemos combatido y seguimos combatiendo la política del Dr. Ramírez sin
desconocerle por supuesto a éste, ni condiciones, ni honradez, ni altura. Nada
tiene que ver ello con nuestra convicción de que su política es funesta para el
partido y en definitiva funesta para el país. Pero debe reconocerse que sabe lo
que quiere y es consecuente con sus premisas. Su política y la de “El Día?”, repetimos,
son las únicas con ordenamiento lógico y que responden a un plan.
Durante cuatro años, la oposición se ha pasado
insinuándole el golpe de estado al General Baldomir. Están atiborradas nuestras
carpetas de artículos y editoriales que lo prueban. Esos artículos y
editoriales, salvo los que nosotros hacíamos, nunca merecieron observaciones.
Pero hay más; los actos de la oposición y no ya los escritos de sus voceros más
calificados, han tendido durante estos cuatro años, a preparar el clima del
golpe de Estado, a crearle ambiente y justificación. Siempre, por la misma
falta de fe, inconsciente o subterráneamente presente, en las posibilidades
populares. Dos actos trascendentales así pueden llamarse, lo prueban: el mítin
de julio y la reforma constitucional.
El mítin de Julio fué una estafa cívica.
Por eso - puede decirse ahora - nos resistimos a
prestarle una colaboración activa. Las masas populares que desfilaron
encendidas de entusiasmo creían que se les llevaba a reclamar una nueva
constitución. Los dirigentes que
estaban en el secreto, no. El mítin de Julio fue una tardía reaparición del
“Cuestas cuesta lo que cueste”. Fue un reclamo directo del golpe que cuatro
años después se produjo.
Y por eso, “El Día”, en un rasgo de encomiable
sinceridad puede decir con toda razón estas palabras esclarecedoras que definen
a una política:
“Recordamos, precisamente, que a raíz del mítin,
muchos espíritus opositores que participaron en él le reprocharon al gobernante
el no haberse hecho eco de inmediato de la vibración colectiva que tradujo,
realizando entonces lo que ahora ha realizado”.
La reforma constitucional fue el otro acto
“golpista”. No se quería abatir al régimen. Se quería desplazar al Sr. Herrera.
Golpe de Estado para antes o después de las elecciones, pero golpe de Estado
siempre y al fin. ¿Qué otra cosa importaba rodear al presidente dueño de todos
los poderes, en la grata compañía de los giambruno, los bado y demás. ¿Qué otra
cosa implicaba la famosa clausura administrativa, evidentemente “inconstitucional”
que el herrerismo no podía aceptar? Esa clausura, propuesta o propiciada o
reclamada por los opositores era fatalmente eso: el golpe de Estado. Y en
consecuencia no deja de causar gracia la actitud de los cívicos - para no citar
más que a ellos - hoy tan pudibundos y melindrosos y ayer campeones de la dicha
clausura. “Señor; hay que tener el valor de sus actos y de sus consecuencias.”
No se puede negar que el reformismo
constitucionalista, ha cumplido una vez más su gloriosa tarea de cortinas de
humo. Hace tiempo que venimos denunciando el hecho.
El régimen de Marzo no es una constitución. El
régimen de Marzo es eso: un régimen. Un régimen económico, social, político en
el cual la constitución es una parte y mínima. No nos hemos curado de lo que
alguna vez llamamos la “zoncera constitucionalista”, enfermedad típicamente
sudamericana. Norteamérica hace más de ciento cincuenta años que tiene su
constitución y goza de buena salud. Inglaterra hace siglos que se maneja con
pocas pragmáticas y así ha hecho su imperio y ha cruzado triunfante a través
del vendaval o de los vendavales del mundo en perpetuo devenir. Francia venció
en la guerra del 14 e hizo también su imperio con los cinco o seis artículos
del 75.
Sólo Sudamérica, donde las constituciones tienen el
valor de las tiras de papel, nos ofrece el pintoresco espectáculo de una
constitución por año. Cualquier presidente o presidentito, tocado por la gracia
de Dios y que se siente en consecuencia hombre providencial, planea su reforma
bajo la advocación, eso sí, de la democracia, de la libertad y de la soberanía.
Palabras ya podridas de tanto usarlas mal. Doctores le sobran para redactar
constituciones y justificarlas. Invariablemente en América, la reforma
constitucional es el pretexto para el golpe de Estado. En nuestro continente,
Batlle, a quien combatimos con saña no siempre justificada durante muchos años,
fue quizá la única excepción a la regla.
En el apogeo de su poder y su prestigio, se inclinó
ante la pequeña mayoría del senado que se le cruzó en el camino. Pero después
entre nosotros, Terra no pudo contenerse.
Baldomir que recogió sus lecciones, tampoco. La norma
típicamente sudamericana, recobraba su imperio. Y por eso también - aunque el
punto sea tan claro que no merezca mayores comentarios — las posturas actuales
del Sr. Herrera y los suyos no convencen a nadie. A él asimismo le cabe gran
responsabilidad en todo porque contribuyó con ligereza nunca disculpable y con
crueldad condenable, a que se rompiera en el país lo único que hacía posible la
convivencia. Aquellos polvos traen estos lodos y las armas que él desenterró lo
aplastan. Que cargue con las consecuencias.
¿Y ahora? ¿Y mañana? Se nos acusa reiteradamente de
criticar y no hacer. Que se nos perdone esta ligera referencia personal - por
las cuales siempre sentimos instintiva repugnancia - frente a la magnitud de
los hechos en que todos vamos envueltos, como en una gigantesca ola donde
nuestra pobre voluntad es un leño sin fijeza ni orientación. ¿Qué se quiere?
Más de lo que hacemos no podemos hacer en este duro batallar contra todos y
contra todo. Y hacer no es siempre simplemente votar, ni tampoco actuar de
corifeo de los que tienen el poder en la mano. Hay que destruir primero a los
que “hacen” si lo hacen mal para después construir. Y destruir, tener la
conciencia de lo que debe ser destruido, es ya en nuestras tierras una forma de
hacer. A la larga la más fecunda y siempre la más ingrata. ¿Ahora y mañana? Ahí
están los hechos. Ellos dicen: que el coloradismo se ha unificado; que tenemos una
nueva dictadura colorada; que el nacionalismo se ha deshecho y desfibrado; que
la oposición — ¿quien lo duda?— ha dejado de existir. Todo se ha confundido,
mezclado y contaminado, en tanto los problemas básicos del país continúan en
pie. No estamos frente a una crisis del régimen “constitucional”. Estamos
frente a una crisis de la organización total del país: una crisis de sus
cuadros políticos, de su mentalidad y de sus fuerzas políticas. Una crisis de
toda una generación de dirigentes que se vincula a la espantosa crisis que está
asolando al mundo y de la cual aún no sabremos como se saldrá.
Los hechos y los días irán diciendo su palabra. Entre
tanto, no perder el rumbo. No perder el rumbo es hoy por lo pronto no tener
contacto alguno con marzistas ni con febreristas, confesos o vergonzantes y
seguir buscando contacto con las esenciales fuerzas populares, que un día han
de encontrar con la fe ahora perdida, su vocación y su destino.
MARCHA, 27 de febrero de 1942.