URUGUAY: CONSUMO e INVERSIÓN

 

 

Este trabajo fue publicado en "MARCHA", núme­ros 845 a 860, 28 de diciembre de 1956 a 3 de mayo de 1957, y en REVISTA DE ECONOMIA, No. 46, marzo-mayo dé 1957. La parte inicial del trabajo no se incluye en esta antología.

 

 

Suele ser una tragedia, una humana y por tanto pequeña tragedia, que las ge­neraciones cuando acceden al poder o pueden influir sobre él, ya están atrasadas. Los sueños se realizan, los programas se cumplen, las teorías se aplican, cuando ya han envejecido. Como decía Duverger recordando a Goethe: "la teoría es iris pero el árbol de la vida permanece eternamente verde".

 

¿Qué es un país subdesarrollado? ¿Cómo definir el "desarrollo económico" tema sobre el cual tantas páginas se han escrito?

"No hay decía Dupuy - definición univer­salmente verdadera del desarrollo como no la hay de países atrasados".


En 1947, el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas - creemos haberlo recorda­do, en algún otro artículo- creó una subcomi­sión llamada de "Desarrollo Económico". En 1951, esa subcomisión produjo un informe: "Hemos tropezado, -decía- con algunas difi­cultades para interpretar el término, países in­suficientemente desarrollados".

"Utilizamos dicho término para referimos a los países donde la renta real per capita es baja en comparación con la renta real per capita de los Estados Unidos de América, Canadá, Aus­tralia y Europa Occidental".                                                                                                          


Antes, en un primer informe, había dicho respecto al desarrollo económico: "tiene por fin favorecer la elevación del nivel de vida, el pleno empleo y las condiciones de progreso y desarrollo en el orden económico y social; para alcanzar ese fin hay que utilizar la mano de obra, los recursos naturales, la energía y el capital de una manera racional. El empleo que aquí se hace del término "racional" deriva de la importancia que tiene conservar los recursos naturales; el empleo del término "eficaz", des­taca la importancia del aumento del rendimien­to por unidad de esfuerzo económico. El em­pleo, en fin de los términos "más completos", llama particularmente la atención sobre que, en muchas economías insuficientemente desarrolla­das, hay que atribuir directamente la insuficien­cia del nivel de vida a una utilización inadecua­da, tanto extensiva como intensiva, de los re­cursos del país".

 

Como se ve es mucho y es poco. Tal vez sobran palabras, tanto como falta la precisión. Vamos ahora a trabajar sobre esas nociones, fluidas y escurridizas; desarrollo económico, países subdesarrollados.

                     

I

 

1. En los últimos años se ha producido un alud de publicaciones y trabajos sobre el tema. No son ajenas a este florecimiento, las razones políticas. El despertar de los pueblos coloniales y semicoloniales, la expansión comunista en Asia. La réplica ha estado constituída entre otros hechos, por la creación del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, por el Punto IV de Truman y por la preocupación evi­denciada por las Naciones Unidas y la burocra­cia internacional que gira en torno a ésta, al aludido banco, al Fondo Monetario ya F.A.O.

Cabe todavía señalar de paso que el propio banco, si en un primer momento dedicó la, ma­yor parte de su tiempo y de sus recursos a los problemas de la reconstrucción de los países devastados por la guerra, luego empezó a mani­festar mayor interés por los países subdesarro­llados.

 

2. El nuevo planteo es, sin duda, plausible. Importa, por lo pronto, un reconocimiento táci­to y en ocasiones expreso, de un hecho que a veces "no osa decir su nombre". La existencia de economía dominante y de otras dominadas. La existencia del colonialismo y del fenómeno imperialista, disimulados bajo denominaciones más o menos académicas: la ya señalada de eco­nomías dominantes; la acuñada por Prebisch de economías periféricas, etc. Pero nos atrevemos a pensar que aún queda mucho camino por andar y que las nociones todavía empleadas exigen afinamientos y ajustes repetidos.

 

3. Por ejemplo, la división entre países de­sarrollados, adultos o maduros y países subdesa­rrollados es extremadamente simplista y como toda división hecha para facilitar la inteligencia de los fenómenos, también arbitraria. Hay mu­chos tipos de países adultos. Asimismo muchos tipos de países subdesarrollados. Una "teoría" general del subdesarrollo corre peligro de des­vanecerse en abstracciones. Concurre, además, otra circunstancia que en la marcha de las ideas no deja nunca de tener influencia: la gran ma­yoría de los estudios realizados, ha estado a cargo de economistas de los países adultos. Tra­bajan ellos, por regla general, sobre papeles e informaciones sospechosas y deficientes, como suelen ser las oficiales. Desconocen la realidad multiforme de los países que analizan y que les están doblemente alejados: alejados en el espa­cio y alejados en el concepto.

Un europeo que no haya abandonado Oxford  o París; un estadounidense que no se haya ale­jado de Harvard o de Washington, difícilmente "comprende" cuanto sucede en esos países subdesarrollados revestidos de misterio y disimulados tras una bruma espesa.

 

Un reciente libro, que hace poco fue comen­tado en uno de nuestros diarios - Essai sur le comportement monetaire des pays sous-dévelop­pés de Alexandre Chabert - es otra prueba de lo dicho. El autor ha realizado una vasta tarea de información y síntesis, bajo el patrocinio de Alvin Hansen, el profesor de Harvard. Pero el lector menos avisado no tarda en ver que las características estructurales que se asignan a los países subdesarrollados, así como los rasgos socioculturales y los mecanismos económicos, no coinciden, están lejos de coincidir, con los de Uruguay, país no obstante que Chabert in­cluye entre los subdesarrollados y cuyas estadís­ticas - sabemos bien nosotros lo que valen - utiliza. Sin duda no puede pretenderse que una teo­ría, al intentar descubrir y destacar lo general, se ciña con estrictez a la polifórmica y cambian­te realidad. Pero corresponde preguntarse si aquella generalidad, en el caso, no invalida las conclusiones. Si puede hacerse una dicotomía - otra palabra de moda - tajante entre países desarrollados y subdesarrollados. Si no hay gra­dos en el desarrollo y esos grados no tienen sufi­ciente significación, como para exigir la sustitu­ción de una clasificación dual por una clasifica­ción más compleja. La generalidad no debe llevar al simplismo. Aún mismo, dentro de la confusa zona económica-geográfica que es "South América", parece evidente que el desarrollo no ofre­ce las mismas características. La cuenca del Plata, de modo aún más definitivo, Argentina y Uruguay, tiene rasgos comunes con otras zonas continentales; pero tiene también muchos ras­gos diferenciales. Es posible - véase que deci­mos es posible, solamente - que Bolivia tenga mayores similitudes con algunos países asiáticos, que con los nuestros. Y tal vez uno de los errores básicos de los estudios de la CEPAL reside en el pretenso enfoque común, que a veces conduce a la trivialidad, de los problemas de todo nuestro continente.

 

4.   No podemos tener la ambición de trazar, a nuestra vez, una teoría de los países subdesarro­llados. Sólo nos limitaremos a analizar algunas definiciones y a resumir, con todos los riesgos que semejante tarea importa, las características más salientes del Uruguay.

Nos preguntamos entonces, una vez más, ¿es ­el Uruguay un país subdesarrollado? Y también, y en primer término, ¿qué se entiende en la lite­ratura económica por país subdesarrollado?

Vimos el otro día la vaguedad de algunas de­finiciones, no obstante provenir éstas de organismos especialmente dedicados al estudio del tema. Si decimos: un país subdesarrollado es un país que no ha alcanzado su pleno desarrollo, sólo enunciamos una desagradable tautología, el mismo pensamiento con expresiones diferen­tes. Pero esto nos lleva a ver que debemos em­pezar por tener noción de lo que se entiende o ha de entenderse por desarrollo económico. De peldaño en peldaño, encontramos después que desarrollo y progreso pueden confundirse. Pero nuestra tarea es mucho más modesta y limitada y no podemos metemos en honduras filosóficas. Y es meterse, teorizar sobre el progreso.

Urquidi, al escribir sobre el progreso econó­mico de México, recordaba la definición de Pigou: "el bienestar económico es aquella par­te del bienestar total que puede medirse, direc­ta o indirectamente, en dinero".

"Esto no quiere decir, agregaba, que un bien sólo es económico cuando se cambia por dinero, sino que basta que sea susceptible de evaluarse, aún cuando sea comparativamente, en dinero.

Ahora bien, la contrapartida del bienestar eco­nómico medido, en dinero es un conglomerado de cosas reales, tangibles o intangibles, o sea la suma total de bienes y servicios de que dispone de un modo inmediato la totalidad de la pobla­ción. Es también el "disfrute total" que seme­jante suma de bienes y servicios origina. Otro modo de denominarlo consiste en llamar a esa suma el ingreso real de la comunidad".

 

Esta noción, como el mismo Urquidi lo re­conoce, es burda y constituye una primera, aproximación. Algunos ajustes se imponen, que no coinciden todos con los de nuestro autor:


a) Un aumento de la suma total de bienes y servicios constituye un progreso siempre que también crezca la productividad real y el ingre­so real per cápita. Si aumenta la población más que el ingreso no se avanza. Por otra parte pro­ductividad real significa - es obvio - mayor cantidad de bienes y servicios y no mayores precios.

 

b) El aumento real, puede ser real intotum y teórico per cápita. Nos explicamos. Puede ima­ginarse un aumento de la productividad y del ingreso que favorezca a unos pocos o alas me­nos. El llamado ingreso real per cápita, es estadísticamente, un promedio. Como tal una cifra ideal. El economista que se limite a registrar el aumento total de la productividad y del ingreso frente a una población estable o de menor aumento, encontrará, en una segunda aproximación, que el aumento real per cápita también se ha producido.

Es el simple resultado de dividir la productividad y el ingreso totales por un divisor - la población – igual o proporcionalmente menor. Puede significar un progreso; pero no basta. Una noción más ajustada del desarrollo, exige no sólo un aumento de la productividad y del ingreso, sino también una mejor distribución cuantitativa de éste. Producción y reparto se mezclan. Dicho de otro modo: Habrá en verdad, un mayor desarrollo económico cuando e in­greso pero cápita, "doblemente" o "realmente" real, aumente. Cuando las relaciones y las pro­porciones entre los distintos factores de la pro­ducción se modifiquen para asegurar, por lo menos, más a todos, que no es lo mismo que asegurar más a unos que a otros, lo que importa introducir una variante cualitativa y aún subjeti­va, en el concepto, por ahora puramente cuanti­tativo, que utilizamos.

 

c) Es el caso de recordar por último cuanto dijimos en anteriores artículos sobre los tres sectores de la economía. El desarrollo económi­co aparecería ligado al desarrollo del sector ter­ciario. Puede ser esto efecto o causa. No intere­sa discutirlo. Podemos considerarlo, si se quie­re, simplemente un índice. Hay - o si se quiere, seamos prudentes, suele haber - un mayor desa­rrollo económico cuando la población activa del país se desplaza del sector primario y del sector secundario, hacia el sector terciario. Cuando, como en el caso anterior de los factores, se mo­difican en el sentido indicado, las relaciones y proporciones, entre los sectores.

 

Podemos pues para marchar hacia adelante empezar por decir que un país está subdesarro­llado, cuando la productividad y el ingreso rea­les por habitante, son inferiores. ¿Inferiores a qué? Esto confirma la relatividad de las nocio­nes con que nos manejamos. Inferiores a los de otros países a falta de un cartabón o modelo ideal y absoluto. Y de esto se desprende tam­bién que en el desarrollo y el subdesarrollo hay distintas gradaciones o jerarquías. Un país apa­recerá como subdesarrolladlo frente a algunos y más desarrollado frente a otros. Y desde este punto de vista, todos los países, con excepción de algunos, o de alguno - verbigracia Estados Unidos - podrían ser considerados como subde­sarrollados.

 

II

 

Uruguay, por diversas razones - su pequeñez, la ausencia de estadísticas, entre otras – no cuenta mayormente la literatura económica inter­nacional. Los estudios, se detienen en los gran­des países, de nuestro continente - Argentina, Brasil, México, etc. - o nos engloban en la denominación América Latina. La carencia de infor­mación respecto al Uruguay, puede aún obser­varse en las propias publicaciones de la CEPAL. Es más fácil simplificar, A este orden de simplificaciones corresponde la noción: América Latina es un continente subdesarrollado. Ofrece por otra parte, más atractivos el análisis particular de las economías de los grandes países de nuestra América.1*

 

1* De cuando en cuando; no obstante, se deslizan pasajeras referencias al pequeño Uruguay. Para ver que fe merecen y aunque se considere que nos alejamos del tema; vamos a hacer un rápido resumen de algunas de esas opiniones. Hemos elegido tres libros. Uno sustan­cial y cuya influencia todavía se prolonga; dos, muy recientes, que nos atrevemos a pensar, no dejarán mu­cha huella.

El primero es el libro, siempre útil de Colin Clark - The Condiiions of Economic Progress- publicado en 1940. Los otros, también citados en nuestros artículos, son el de Michel Dupuy -L'Assitance Technique et financiere Aux. pays insuffjsament developeés- y el de Alexandre Chabert que versa sobre 'Le comportament monetaire dans les pays sous développés". Estos dos últimos libros son de 1956.

En 1940, Colin Clark, después de haber definido el progreso económico y éste, de acuerdo con el recorda­do Pigou, como la abundancia de todos aquellos bienes y servicios que normalmente se cambian por moneda, decía: "Puede hacerse una comparación cuantitativa de la producción de bienes y servicios principalmente a través del ingreso real producido por unidad de la­bor". "Todas dichas comparaciones, agregaba, están hechas en este libro, en términos de lo que es definido como una 'unidad internacional'. Y todavía: "Una unidad internacional es definitiva como el monto de bienes y servicios que podían ser adquiridos por un dólar en Estados Unidos sobre el promedio de la década 1925-34, o un monto intercambiable con ellas, como lo muestra la fórmula de Pigou. Para la comparación internacional de los ingresos reales, los ingresos se re­ducen a la base de la, semana de 48 horas", Con estos elementos y de acuerdo con tales definiciones, Colin Clark, procedía después a una clasificación del ingrese real - siempre estimado en las referidas unidades - per cápita, Las escalas iban desde 1300-1400 unidades hasta menos de 200. La primera escala, correspondía a Estados Unidos y al Canadá. En la de 1200 a 1300 incluía a Nueva Zelandia. En la de 1000 a 1100 a Gran Bretaña, Suiza y Argentina. En la de 9UO a 1000, Australia. En la de 800 a 900, Holanda. En la de 700 a 800, Irlanda. Venía luego la de 600 a 700 y allí esta­ban: Francia, Dinamarca, Suecia, Alemania, Bélgica. Y también Uruguay. Vale decir que, de acuerdo con la clasificación de Colin Clark, nuestro país contaba, a mérito de su ingreso real por habitante, entre los quince países económicamente más desarrollados del mundo, con el mismo nivel de Francia, de Alemania y de Dinamarca. Chile venía atrás en la escala de 500­-600 unidades: después Brasil (400 a 500),junto, entre otros con Suecia, Finlandia, Japón, etcétera.

- En 1956, Dupuy sobre la base de un informe (l8/XIl/47) a la Comisión de Finanzas del Senado de Estados Unidos, clasificaba los países según la renta por habitante en tres grupos: Superior, por encima de 200 dólares; Medio entre 101 y 200 dólares; Inferior, 100 dólares y abajo. ­

Abre el primer grupo, Estados Unidos con un ren­dimiento real per cápita de 554 dólares y lo cierra Argentina con 218 dólares.      .

Encabeza el segundo grupo Africa del Sur (188 dó­lares) y lo cierra Bulgaria (109 dólares).

El tercer grupo se inicia con Cuba (98 dólares). El último país de este grupo es Indonesia (22 dólares).

¿Dónde está Uruguay dentro de la clasificación que utiliza Dupuy? En el tercer grupo, el inferior, con un rendimiento real por habitante de 56 dólares, después de México (61 dólares) y poco antes de San­to Domingo y Haití con 51 y 50 dólares respectiva­mente.

 Cabe señalar todavía que el informe que le habría servido de fuente a Dupuy, toma como base cifras correspondientes a 1939, es decir, muy cercanas a las que utilizó Colin Clark para sus cálculos.

La disparidad pues entre unas y otras estimaciones -las de Clark y la de Dupuy- es total. Mientras el pri­mero de nuestros autores nos coloca entre los países de un mayor rendimiento per cápita; el segundo nos sitúa entre los de más bajo. No se necesita ser muy zahorí ni estar abundantemente informado para comprender que las cifras de Dupuy, no obstante el origen oficial de las mismas, están equivocadas.

- En 1956, también, como hemos visto, aparece el libro de Chabert, mucho más documentado por cierto que el de Dupuy. Y que por otra parte dedica una es­pecial atención al estudio de las repúblicas latinoame­ricanas.

Los datos son más frescos. Aquellos que se relacio­nan con el rendimiento real por habitante se remontan a 1947. Y ese rendimiento, referido a los veinte países de América Latina, oscila entre 260 y 20 dólares. Ar­gentina, Chile y Panamá encabezan la lista con 260, 253 y 205 dólares. Paraguay y Haití, aparecen al tér­mino de la misma con 20 dólares de rendimiento por habitante. A título comparativo se establece también, que el rendimiento per cápita en Estados Unidos alcan­za a 1,410 dólares y en el Reino Unido a 880. ¿Qué puesto  se le asigna a Uruguay? Aparece en el cuarto junto con Venezuela; 184 dólares por habitante. He­mos mejorado en el "ranking"; pero estamos todavía muy lejos de las estimaciones primeras de Colin Clark. Ahora, según los cuadros de Chabert, el rendimiento por habitante en el Reino Unido, es casi cinco veces el nuestro y el de Estados Unidos, casi ocho veces y hasta Chile tiene un rendimiento 40% más alto que el Uruguay.       

¿Qué conclusiones sacar de esta rápida compara­ción? No debe llevamos por cierto a desesperar de la estadística, mucho menos de la economía; pero debe sí obligamos a pensar y medir con gran cautela, todas las informaciones que nos llegan y las conclusiones que sobre la base de esas informaciones se extraen.

 

Conocer un país es tarea que lleva años, aunque ese país sea chico y antes de intentar vasta síntesis, donde los errores acechan a cada paso, parece necesario empezar por conocer, el pequeño huerto propio. Modesta y humilde ta­rea  que prepara los elementos y fundamentos de las concepciones y teorías generales.

Tal vez no sea del todo exacto pensar o creer  que a medida que se avanza se sabe menos. En  cambio, cabe pensar o creer, que sólo se avanza cuando se comprende que es más lo que falta aprender. La batalla del conocimiento es inex­tinguible.

 

Abandonemos las estadísticas y apartémonos de este tipo de reflexiones. Dejemos también,  aunque sea momentáneamente clasificaciones y definiciones. Miremos a nuestro alrededor. Al­gunas comprobaciones empíricas si se quiere y  primarias, pueden hacerse:

 

Tenemos un ingreso real per cápita inferior­ al de muchos otros países y una distribución desigual del ingreso global.

También un índice bajo de inversiones en bienes de capital.

Nos faltan capitales. Capitales en bienes de producción. Capitales líquidos.

Podemos y debemos aumentar nuestra ca­pacidad de producción y nuestra producción misma.

Estamos lejos de haber alcanzado un alto nivel técnico.

El mercado interno es reducido y no hay posibilidades de que su capacidad de absorción crezca, con rapidez; mayormente.

Tenemos que ahorrar, que capitalizar, que invertir, sin recurrir a la inflación, sin caer bajo la sujeción del capital extranjero, sin sacrificar al consumo.

Debemos aprovechar cabalmente el ahorro, la capitalización, y la inversión. No es éste uno de los menores problemas.

 

Han de faltar en el cuadro, muchos otros ras­gos secundarios y aun principales. Pero pode­mos fijarmos la meta: mayores y mejores bienes y servicios mejor distribuídos. Esa mejoría y ese aumento exigen inversiones. No hay inversión sin ahorro propio o extraño. Al país le faltan capitales privados o públicos. Contribuir a crear­los es una tarea primordial. Primordial no quie­re decir exclusiva. El progreso económico total exige un equilibrado progreso de las partes. De todos los distintos elementos que componen la estructura.

 

"Sólo - repetía Clark - el orden social y eco­nómico estará  sólidamente establecido y logrará sus fines, cuando ofrezca a todos  y a cada uno, aquellos bienes que la riqueza y los recursos de la naturaleza, de la técnica económi­ca, pueden dar" 2*

 

2* Escrito este artículo llega a nuestras manos un tra­bajo de Frondizi, recientemente publicado sobre In­dustria Argentina y Desarrollo Nacional.            .

Encontramos en ese sólido estudio algunos párrafos que creemos útil reproducir. Por ejemplo este:

"Esa era, que a nosotros también nos rodea y nos empuja, apenas empieza a afirmarse ahora, a mediados del siglo XX. Nuestra generación advierte que todos los países del mundo situados en la periferia económi­ca, procuran activamente su autodesarrollo económico y que los pueblos latinoamericanos y las naciones asiá­ticas están realizando ingentes esfuerzos para integrar sus estructuras productivas. Puede sostenerse que el gran problema de este momento histórico es, precisa­mente, el desarrollo de los pueblos no desarrollados. Desarrollo que no quiere decir mero aumento de la producción primaria, sino diversificación interna de la producción total".

También este otro:

     "La política impositiva. No podemos seguir con un régimen tributario que ha sido calcado de países ricos y muy capitalizados. Somos un país con un índice ba­jísimo de acumulación de capital. Necesitamos una base totalmente distinta. Los impuestos deben promo­ver la capitalización en vez de frenarla. La política im­positiva debe orientarse hacia el estímulo a la empresa productiva agraria, minera e industrial y castigar con rigor los sectores improductivos. En un país donde hay que crear una conciencia y un mercado nacional de capitales, el impuesto no debe representar una valla, sino todo lo contrario. De allí la función ordenadora de la política impositiva que debe guiarse por la preo­cupación del desarrollo nacional y no por un sentido fiscalista”.

El lector notará que hay coincidencia con las ideas que venimos exponiendo. Es una coincidencia que nos honra.

 

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III

 

Producir más y mejor; invertir más y mejor; ca­pitalizar, es, nos parece, la tarea primordial sobre cuya urgente, necesidad debe volverse todos los días, en un insistente machaqueo.

 

1. La capitalización no puede lograrse, según parece, sino por estos caminos: el ahorro pro­pio; el ahorro extranjero; también la inflación.

 

Se ahorra, si se consume menos o cuando, consumiendo igual se produce más. En todos los casos - producción estática o producción ­acrecida - siempre que se consuma menos de lo que se produce. Ahorrar no quiere decir ateso­rar, entendido esto en su definición económica y no en su definición gramatical.

 

El que sustrae dinero a la circulación - bas de laine francés, colchón o lata de galletitas criollos - atesora y no ahorra. Conspira, en defi­nitiva contra el progreso económico. Ahorra, en cambio el que gasta en consumos menos de lo que produce y ese excedente o lo devuelve a la sociedad, por la vía de la colocación directa o indirecta,  - el circuito bancario por ejemplo - en inversiones. Invertir es ahorrar. Y por eso, en cierto sentido, es mejor consumir que ate­sorar. El que consume, ¡ah! manes de Keynes, permite que otros inviertan.

En estos países de América, además, volca­dos hacia el comercio exterior, ahorrar significa sobre todo, y en primer término, limitar las importaciones de consumo suntuarios y acre­centar, con sacrificio, que debe esperarse transitorio, de las necesidades propias, las exportaciones.

 

Inglaterra produce whisky y no lo consume.

Produce automóviles y busca exportarlos. Nosotros no producimos whisky, ni automóviles y  pretendemos disponer de ellos sin mayores trabas. Producimos carne y apenas si podemos exportada. Hay aquí, como se comprende, una oposición constante entre el deseo. y la posibili­dad, entre la necesidad y los medios, que es todo el drama de la economía: necesidades acrecidas y estimuladas por la  imitación y la propaganda y limitación de los medios. Diaria oposición entre una política de elevación del standard de vida y una política de ahorro, capitalización e inversión, tanto en el plano indivi­dual como en el plano colectivo. Buscar el punto de equilibrio es tarea política, de los políti­cos y no cabe intentarla a priori, teóricamente. A la política, cuando es tal, le corresponde decir lo que puede ser del debe ser. Pero para establecer el "puede", tiene que haberse fijado el "debe". Y esto es, como se sabe, lo que por desgracia no ocurre. No hay idea ni sospecha de lo que debe ser. Tampoco de lo que puede ser. Y en el reino caótico de las presiones particulares y fugaces, de la carencia de partidos de las urgencias y reclamos electorales, en que vivi­mos, esta tarea fundamental de trazar el rumbo y de señalar el debe y el puede, nadie la cumple y se ha visto sustituída por la improvisación contradictoria e incongruente. Cada vez más. En alguna ocasión lo hemos señalado, al referir­nos a otros países. La lucha entre el equipo de Malenkoff y el de Kruschev, es sin duda una lucha por el poder, mechada con todo el barro humano. Pero es también una lucha en otro plano: por o contra la industria pesada o la de bienes de consumo; por o contra la elevación del nivel de vida de las masas o el aumento de la producción de bienes que, directa o indirectamente, sólo se obtienen sacrificando aquel nivel de vida. Y lo de la Rusia Soviética, para citar países alejados y opuestos a nuestro régimen, es lo que sucede y ha sucedido en Yugoslavia y en Hungría y en Polonia. Las corrientes subyacentes y determinantes son las mismas que en los países capitalistas. Hasta donde el consumo debe ser sacrificado a la inversión. No se escapa a la humana inopia.

 

Uruguay consume, como si no debiera capi­talizar e invertir. Y porque es así, puede decirse, a grandes rasgos, que sus transportes son defi­cientes, que su penuria de energía acrece, que sus vías de comunicación se deprecian, que sus equipos industriales se tornan obsoletos. Hemos sacrificado, no obstante necesitarla tanto, la ca­pitalización al consumo y cada día que pasa, se hace más difícil retomar el camino de la cuesta. Los hábitos se convierten en una segunda natu­raleza y no hay partidos ni hombres capaces, hoy por hoy, de frenar el descenso.

No le echemos toda la culpa pues a los go­bernantes que pasan. El país entero, solicitado y exaltado por la demagogia - prensa y parti­dos -, durante muchos años, es el responsable. Sólo el estallido de la crisis larvada, en cuyo seno dulcemente nos mecemos, puede tal vez darnos la sensación lúcida de nuestra debilidad.

 

2. No basta ahorrar, como se comprende, y parezca innecesario decirlo. El ahorro adquiere su significación cabal en la inversión. Y es éste otro de los errores que nos corroen. Así como hay consumos y consumos, hay inversiones e inversiones. No toda inversión es útil, o más

ajustadamente, unas inversiones son más útiles que otras. Debe ser mejor, por ejemplo, invertir en la construcción de casas de lujo que gastar en whisky o en automóviles; pero parece prefe­rible, ya que de bienes de consumo durables se

trata, invertir en la construcción de muchas viviendas modestas y decorosas que en unas pocas suntuosas. El ejemplo puede ser pedes­tre; pero es real y significativo y sólo lo usamos a los efectos de la demostración.

¿Por qué otorgar con las mismas o parecidas facilidades, créditos hipotecarios para construir tanto viviendas suntuosas como viviendas desti­nadas a la clase media o á la clase obrera?

Ordenar los consumos para provocar el aho­rro y favorecer la inversión, lleva implícito tam­bién el ordenamiento y la jerarquización de éstas. El meollo es siempre el mismo. Hay que elegir. Elegir entre consumo e inversión. Elegir entre distintas inversiones:

 

3. Un país que no ahorra, capitaliza e invierte o que invierte mal, no tiene sino dos perspectivas: o declina o recurre a la ayuda exterior. Las razones de la declinación son obvias. El utilaje se gasta, los equipos devienen antieconó­micos, la producción se estanca y encarece, mientras lo espolean la competencia ajena y el aumento de la población nacional. Es lo que nos pasó y nos pasa, con la propia producción agropecuaria para que estamos excepcionalmen­te dotados por la naturaleza. La verdadera y fecunda reforma agraria parece que debe empezar en estas latitudes, antes que por un reparto en el papel de las tierras, por la puesta en pro­ducción intensiva de lo que existe. Por la cons­trucción de carreteras y caminos y puentes y silos. Por el mejoramiento de las pasturas y las tierras. Por la ampliación de las fuentes de ener­gía. Por el reequipamiento y descentralización de las plantas frigoríficas. Por la mecanización de la cuenca lechera. Va esta también a título de ejemplo y no con la presuntuosa finalidad de trazar un programa.

O declina, decíamos - y en la declinación, disimulada por el alza azarosa de los precios en los mercados internacionales, estamos -  o recu­rre al ahorro extranjero, sustitutivo del que ha sido incapaz de crear. este tema del capital ex­tranjero, providencial y salvador  vuelve de

cuando en cuando a la actualidad. Por lo menos, siempre que los gobernantes frente a una represión - cumplida o temida -, quieren salvarse. Es la solución más fácil y más tentadora. Y los pro­pios particulares no escapamos a esa sugestiva facilidad. Se sale del paso contrayendo deudas. Después Dios y la inflación, proveerán.

En el enfoque del problema muchas confu­siones se producen. En principio cabe dejar sen­tado que "la única solución que garantiza a la vez - son palabras recientes de Duverger - la independencia nacional y el porvenir del país" es la de imponerse una política de austeridad. Aquella a que hemos referido en la primera parte de este artículo: consumir menos para invertir más. Fomentar la capitalización interna, es así trabajar por la liberación nacional. En 1952 (9 de julio) y bajo el título "Otra vez el impuesto a la renta" escribíamos: "Respecto a lo que hemos llamado 'capitalización interna' tenemos ideas, más precisas. Creemos que hay que alternar y fomentar esa capitalización, en­tre otras razones, precisamente, para mitigar o romper nuestra dependencia del capital extran­jero o de los mercados financieros internaciona­les, que es tanto como decir, pese a cuanto se afirme, dependencia de un Estado extranjero y en la realidad, dependencia de Estados Unidos”

 

Pero, repetimos, respecto a las virtudes e in­convenientes de la incorporación del capital extranjero se mezclan y cofunden muchas no­ciones. A1gunas precisiones  son necesarias;

 

- Deben tenerse en cuenta, por lo pronto, las características del país deudor; Tanto desde el punto de vista puramente político como desde el punto de vista económico. Un país desarrollado, para retornar a las calificaciones a que hemos aludido en artículos anteriores, no ofre­ce la misma vulnerabilidad y no corre los mismos peligros, que un país subdesarrollado, frente a los aportes foráneos.

 

Un plan Marshall para Europa no es igual, no puede ser igual, ni en sus modalidades ni en sus efectos, a un Plan Marshall para América Latina.

 

- Ya hemos tratado extensamente el punto en otros artículos. El capital extranjero puede venir por diversas vías: por la de los empréstitos de gobierno a gobierno; por la de los contraídos por el gobierno deudor con sindicatos privados que suelen contar y siempre reclaman el respal­do de su propio gobierno; por la de grandes organismos teóricamente internacionales que ofrecen a primera vista la seguridad de que no son agentes de ningún Estado determinado, aunque a virtud de las cuotas, los aportes, la organización y hasta la propia radicación, estén vinculados más estrechamente a un Estado que a todos los demás coasociados; por la de aportes espontáneos y privados que a su ,vez pueden tener distintos orígenes y finalidades.

 

Verbigracia: los que emigran, y buscan, radica­ciones más redituables; _los que emigran a través de los libros de contabilidad, para evitar imposiciones más onerosas. Ejemplo típico de, los últimos son los capitales que trasiegan los holdings.

 

 - Aún todavía cabría distinguir otros mati­ces. Aquellos que emigran y  buscan radicación más redituable pueden ser útiles o menos útiles o perjudiciales, si están no en manos de podero­sos consorcios; si pretenden o no crear monopolios en el país; si reclaman o no concesiones, exenciones o privilegios. Las variantes son mu­chas e incurriríamos en un casuismo innecesario si pretendiéramos enunciarlas.

                                                                  

- De cuanto, queda dicho ya se desprendería una conclusión.

Hay que permitir y aun facilitar la entrada del capital privado extranjero que busca radicarse para producir, sin reclamar privilegios, directos o indirectos, no depende de monopolios internacionales y no pretende crearlos en el país. La coyuntura internacional puede favore­cernos. Nuestra tarea es poner la casa en orden: estabilidad institucional, moneda sana, finanzas claras. De las finanzas claras es rodaje funda­mental, el régimen impositivo.

 

4. otros desarrollos faltan. y nos, queda todavía por hablar de la inflación, como factor de capitalización. Digamos entre tanto una Vez más:

 

- El país necesita ahorrar, capitalizar, invertir

- Para lograrlo debe sacrificar el consumo -ciertos consumos - a la inversión.

- La capitalización interna es garantía de independencia.

- Si  somos incapaces de proceder, a esa capitalización no se abren sino dos perspectivas:

- o la declinación o la sujeción que es, en definitiva, también declinación.

- Si sé procede por grados o por aproximaciones, se observará que así como la capitaliza­ción interna nos salvará tanto de la decadencia como del sometimiento, en otro plano, facilitar la radicación del capital privado extranjero, puede llegar a constituir, también, una nueva trinchera defensiva contra la sujeción. Si no se provoca, en primer término, la capitalización interna y no se alienta dentro de ciertas condiciones y caso de ser necesaria, la radicación del capital privado extranjero, inevitablemente se prepara la dependencia, y, el retroceso.

 

IV

 

Para no dejar cojo nuestro último artículo y aún riesgo de aburrir más al hipotético lector, agregaremos algunas precisiones.                                                                                 

 

1. Debemos invertir. Invertir en bienes renta­bles o en bienes productivos. ¿Cómo hacerlo?

Mediante el ahorro propio o el ahorro ajeno.

Hemos visto respecto al ahorro ajeno - capitales extranjeros - las diversas modalidades que su importación y aplicación, pueden tener. Convie­ne ahondar lo relacionado con el ahorro propio. Y decir algo respecto a los diversos tipos de inversión.

 

2. Hay inversiones públicas e inversiones privadas. Desde el punto de vista de quien la orde­na o ejecuta la distinción es fácil. La inversión pública es la que realiza el Estado, entendido, claro está, en su sentido lato. La privada, la que realizan los particulares. Pero las cosas se complican si se encara el fenómeno desde otro ángulo: el del aporte de los capitales. Un em­préstito voluntario que emita el Estado o, los Municipios con el objeto de realizar obras, cons­tituye una inversión pública por su finalidad;

pero una inversión privada, a través del Estado, por el origen de los capitales. Estos, libremente, adquieren los, títulos que van al mercado. En cambio estaríamos frente a una - inversión definidamente pública, si la inversión se finan­ciara con las economías que realice el Estado sobre la recaudación de impuestos o mediante un empréstito forzoso, o por la inflación. 

En 1955, Laufenburger, escribía en la Revista de Economía: "Pero el concepto de inversión pública es mucho más complejo de lo que pare­ce a primera vista. En la práctica, comporta dos modalidades de definición. Para unos la orden dada por los poderes públicos de producir un utilaje, máquinas, de construir inmuebles o me­dios de comunicación, sería en sí, un acto pú­blico de inversión. Para otros, al contrario, sería el modo de financiación el que decidiría del carácter público o privado de la inversión. ¿El Estado toma prestado al mercado financiero y atrae así el ahorro individual? La inversión con­servaría su carácter privado, aunque estuviera ordenada por los poderes públicos. No podría haber inversión pública, sino en la medida en que el Estado, por ejemplo, se procurara los capitales necesarios para la financiación de una obra del sector público, por vía de autoridad: impuesto, empréstito forzoso, inflación, que se tradujera por una expropiación parcial del con­tribuyente, del prestamista o del titular de in­gresos fijos. En otros términos, la inversión se­ría privada o pública, según fuera alimentada por el ahorro voluntario o forzoso".

 

3. La distinción precedente nos parece, con todos los respetos debidos, sutil, académica y sobre todo ociosa en nuestro medio. La hemos recordado a simple título ilustrativo. Dejemos de lado pues la clasificación basada en el modo de financiación y limitémonos a la otra: la que atiende al signo externo, al que ordena y/o ejecuta la obra.

 

4. ¿Cómo hemos financiado, la obra pública?

¿Cómo se han hecho entre nosotros las inversio­nes públicas? El procedimiento normal ha sido la emisión de deuda, el empréstito. En algunas y muy especiales ocasiones, no obstante, hemos recurrido a otros métodos. Al impuesto, por ejemplo, cuando hemos cargado a Rentas Generales el subsidio a ciertos servicios. Debe tenerse presente no obstante que aquí cabe otra distin­ción, según, que el subsidio vaya como en el caso de Ferrocarriles a cubrir déficit del servicio, es decir, a pagar los gastos del mismo o a cubrir los intereses y la amortización de una deuda destinada a inversiones. En alguna otra oportunidad - caso de la ley del reavalúo del 35 -la inversión ha podido ser financiada por la desva­lorización monetaria.       ­

 

 ¿Qué ha ocurrido con la inflación? La inflación se traduce para el Estado en un aumento nominal del producido de los recursos y en una disminución de sus obligaciones fijas (sueldos, servicios de intereses y amortización. Puede

discutirse si los salarios y sueldos de la actividad privada se ajustan o no a la baja de poder adqui­sitivo de la moneda. Creemos que es innegable, no sólo, por supuesto, que los rentistas de pape­les del Estado han visto y ven cada día más re­ducido su poder adquisitivo, sino también que los funcionarios públicos han sido otras de las grandes víctimas de la inflación. Y bien, tan o más grave que este hecho aparece otro: el Esta­do no ha aprovechado el beneficio transitorio que le deparaba la inflación - aumento de las recaudaciones, reducción de sus obligaciones­ - para realizar inversiones. El supuesto beneficio de la desvalorización se ha diluido en un au­mento de la burocracia y en tapar los agujeros cada vez más grandes del déficit ocasionado por los gastos simplemente de gestión de los propios servicios y de los servicios laterales.

 

Hoy en 1957, la situación real del Uruguay es esta:

 

- No hay un mercado de capitales.

- Las reducidas sumas - que a él concurren se dirigen sobre todo al título hipotecario.

- El ahorro que se moviliza a través de los bancos, va en cuanto a colocaciones públicas y a los efectos del encaje, a esos títulos hipoteca­rios o a deudas públicas destinadas a cubrir défi­cit presupuestales.

- En los últimos años se ha emitido deuda ex­clusiva o fundamentalmente, para cubrir déficit de los gastos de gestión: deuda para consumo y no deuda para inversión.

- La gran masa de esa deuda ha sido tomada, coactivamente, por institutos públicos de ahorro obligatorio (verbigracia las Cajas Jubilatorias).

- Hemos creído ahorrar cuando en realidad nos hemos estado descapitalizando. Pagando con una mano lo que gastábamos con otra. El ahorro individual, libre u obligatorio, ha sido absorbido o utilizado por el Estado, para finan­ciar consumos en vez de inversiones.

 

 5. ¿Qué ha pasado en el sector privado? Buena parte de la respuesta ya está dada en el parágrafo precedente. El movimiento de la Bolsa aporta otra confirmación.

 

No tenemos un mercado de capitales, hemos dicho, y el ahorro va difícilmente a los papeles de compañías privadas. Cuando ese ahorro puede movilizarse con libertad, se dirige sobre todo - directa y aún indirectamente por medio de los Bancos - a la construcción o a la adquisición de bienes inmuebles. La tierra siempre está ahí y aunque parezca paradójico y aún contradictorio, nos atrevemos a decir que la colocación en la misma, es tanto como una forma de ahorro, una forma de atesorar. Se descuenta que el te­rreno que ayer costó 15 el metro, valdrá maña­na 20, 25 ó 30. El fenómeno es complejo y en él incide, de manera decisiva, la inflación. No requiere prolijas demostraciones. Todos lo palpamos. Y todos, aun sin quererlo, somos "bene­ficiarios” o víctimas de él.

 

 Puede señalarse, creemos - con todos los reparos que una generalización de este tipo sus­cita - que en el campo de la actividad privada las dos fuentes principales de inversión han sido la inflación y el autofinanciamiento, el self financing de los anglosajones; pero lo grave es que este autofinanciamiento a su vez ha sido en buena parte, creado asimismo por la propia in­flación.

 

6. La inflación es alza de precios; pero es también, en una primera etapa por lo menos - así nos parece que ha ocurrido entre noso­tros - aumento de los consumos. Aquí, la infla­ción ha sido un latigazo a la "propensión a consumir". El alza de precios y el aumento de los consumase se traduce en un aumento nomi­nal de utilidades. Por otra parte, y es un hecho sobre el cual habría que escribir largo y tendido, el proceso no es general. Marcha a espasmos y por sectores. Hay inflación en el todo; pero an­tes hay inflación en las partes. No todos los precios en un mercado hecho de compartimen­tos se mueven al mismo tiempo. Unos sectores antes que otros, ven aumentar, nominalmente, sus remuneraciones. Y algunos no lo ven nunca o lo ven con gran retardo. Entre los últimos, los funcionarios públicos y los jubilados, los rentistas que poseen papeles públicos, las em­presas mal organizadas para reclamar del Estado o que actúan frente a una demanda elástica, los gremios también mal organizados que son inca­paces de exigir, e imponer salarios más altos.

 

En un trabajo documentado el ingeniero Giu­ria, refiere a los recientes aumentos ocurridos en una rama - no ya en el gremio - de los transpor­tes. El conflicto se resolvió, descargando sobre el consumidor el alza de los salarios y dejando sin tocar los beneficios del empréstito. No hay redistribución de la renta de la actividad, entre los factores: el capital y el trabajo. Hay, por lo menos, mantenimiento de los porcentajes. El capital conserva su parte porcentual; el trabajo la suya y en las dos se produce un acrecimiento nominal.

 

Otro hecho. El decreto de 3 de agosto pro­vocó - no puede negarse- una elevación de pre­cio de los stock s y una valorización nominal de los equipos. Las mercaderías- adquiridas antes a 1.90 6 a 2.10, pongamos por caso, pasaron a adquirirse a 4.11. El poseedor, de stocks no las

vendió de acuerdo con el tipo anterior. Las vendió de acuerdo con el nuevo, entre otras razo­nes porque la sustitución tenía que ajustarse a éste. Pero en el ejercicio en curso la venta a precios más altos produjo inevitablemente una utilidad suplementaria que no sólo confunde. También puede marear.

 

Lo mismo ha ocurrido con los bienes de ca­pital. Las máquinas adquiridas a 1.90.6 a 2.10, hay que adquirirlas ahora a 4.11. Los equipos duran. Mientras llega la reposición que se demorará todo lo posible, se han "valorizado". Entre tanto las deudas creadas por la adquisición de esos mismos equipos o por otros conceptos, no han variado. Siguen estipuladas en las mismas cantidades de pesos. Los activos se inflan mien­tras los pasivos bajan.

 

¿Cómo entonces decir que la inflación ha permitido también ciertas inversiones? La trama es muy sutil y no debemos ser muy capaces de explicarla. Cabe pensar, por lo pronto, que el aumento de consumos no siempre se ajusta proporcionalmente al aumento nominal de las en­tradas. El hábito influye para que la propensión a consumir posea cierta viscosidad. Entre el aumento y el gasto, puede haber un tiempo. Mayor remuneración nominal y mayor consu­mo pero que no alcance a absorber, en una pri­mera etapa a aquélla, provoca ahorro. En el "corto plazo" - otra vez oh manes de Keynes - la inflación puede engendrar un ahorro parcial. Y por eso para comprender cabalmente los males de la inflación hay que mirar a lo lejos.

 

7. Una empresa que se autofinancia, es una empresa que sacrifica el consumo a la inversión, es decir que en lugar de entregar o repartir to­das las utilidades dedica parte de ellas a mejorar o ampliar los equipos o a acrecentar los stocks de materias primas.

El autofinanciamiento no cuenta en la litera­tura económica extranjera con una opinión en­teramente favorable.

 

 El mismo Laufenburger, antes citado, señala que "si es el jefe real o vir­tual (de una empresa) el que toma la iniciativa de reinvertir en lugar de distribuir, tres grupos de personas aparecen como víctimas de esta de­cisión de hecho soberana e irrevocable: los accionistas privados de su dividendo; los consu­midores si el beneficio es el resultado de un alza de precios; el obrero si su salario no ha sido aumentado en función del aumento del rendimiento”,

 Pero nos parece y trataremos de demostrado que - hoy y aquí por lo menos - el fenómeno no es tan simple y que no merece una condena­ción general y a priori.

 

V

 

Nos preguntábamos cómo financiar las inver­siones en el sector privado. Es decir, cómo po­demos crear o adquirir bienes de capital, renta­bles o productivos. No tenemos un mercado de capitales, decíamos. La empresa o el empresario no obtiene normal, regular y agregamos, direc­tamente de los ahorristas los fondos necesarios. En los últimos tiempos han aparecido en el país alguna o algunas compañías de inversiones. Co­locan entre los ahorristas, las acciones o las obligaciones de las empresas. Desconocemos el monto de las operaciones cumplidas. Hay moti­vo para pensar que carecen de importancia. Cabe agregar que hace algunos años, transitoria­mente, se intensificó el proceso de colocación directa. Los resultados no pudieron entusiasmar a las gentes. En cambio, por la doble vía del circuito bancario -ahorro y créditos, depósitos y colocaciones - se ha financiado parte de las inversiones realizadas. Pero este es un mercado de capitales a corto plazo. El ahorrista puede retirar su dinero colocado en alcancías, prácti­camente, a la simple presentación, aunque en los textos pueda exigírsele el preaviso de treinta días. Desde el punto de vista del que toma dine­ro prestado a los bancos, el plazo, también, es muy corto. El crédito en prenda industrial, ­por ejemplo, no excede de cinco años.

 

Además, aquel ahorro, no se dedica en su totalidad, ni en su mayor parte, a inversiones en bienes de capi­tal. Nutre los préstamos de consumo, de los cuales constituyen claros ejemplos la colocación de la Caja Nacional de Ahorros y Descuentos y el abuso de los vales amortizables, o se dirige, para reforzar el encaje, a la Deuda Pública y los Títulos Hipotecarios.    

 

El otro procedimiento de financiación de las inversiones al cual hemos referido, es el autofinanciamiento. En lugar de distribuir el total de sus beneficios, las propias empresas ahorran, parte de ellos, crean reservas y las vuelcan para mejorar o ampliar los equipos o acrecentar los stocks de materias primas.

 

Algunas acotaciones se imponen.

 

a) Hace años, más de treinta, nuestro maes­tro Rist, distinguía entre ahorro -reserva y aho­rro- creador. La diferenciación es útil y bien aplicable por cierto a nuestra situación. El aho­rro reserva es el que se hace "en vista de un consumó futuro que el ahorrista espera realizar él mismo". Aunque  se haga en moneda y por intermedio de un banco, que puede utilizarlo en la producción prestándolo al inversor, está a dis­posición del ahorrista. Es lo que ocurre con las citadas cuentas de Alcancías. El ahorro creador, es el que se entrega a una empresa para financiarla. Directamente por el propio ahorrista o indirectamente - entre nosotros no ocurre – por un banco de negocios y no sólo de depósitos y colocaciones como son los nuestros. En el Uru­guay, fuera de las colocaciones directas, las co­locaciones indirectas a largo plazo se realizan a través del Banco Hipotecario. Van hacia la cons­trucción; pero también a la especulación. Repe­timos: no tenemos un mercado de capitales a  largo plazo.

 

b) Otra aclaración. El adquiriente en Bolsa, de acciones u obligaciones de una sociedad, no es siempre un inversor desde el punto de vista económico; es decir, no contribuye siempre a la creación de bienes de capital. Lo es si el valor acaba de ser emitido. No lo es si lo adquiere de quien lo revende. No hay en este, último caso creación de bienes. Hay traspaso. Y el que ven­dió puede utilizar el dinero que recibe en otra colocación original, en cuyo caso es él el que crea, o simplemente emplearlo en consumos, y

entonces no hay creación alguna de bienes de capital.

                                                                  

   c) Hace más años todavía, para los clásicos, ahorro y creación de capital, es decir; inversión, se confundían. Los manuales recuerdan y trans­criben la opinión de Adam Smith, emitida hace más de ciento treinta años. "Todo lo que una persona ahorra sobre su renta lo agrega a su capital. O lo emplea ella misma en mantener un número adicional de gentes productivas o lo­ coloca a otra persona en estado de hacerlo, prestán­dole ese capital mediante un interés".

 

Esta afirmación de los clásicos ha sido con desdén, dejada de lado y reiteradamente controvertida. Hay que distinguir, se ha dicho, entre ahorrar y capitalizar, entre capitalistas e inver­sores o empresarios. Tema es este que ha provocado minuciosos desarrollos y alquitaradas teo­rías. Sólo queremos señalar una circunstancia, a la que, creemos, no se le ha prestado en la lite­ratura económica moderna, la importancia que tiene. Hoy a casi siglo y medio de Adam Smith, el autofinanciamiento se nos aparece como una, revancha de los clásicos. Él empresario o la em­presa ahorran para capitalizar, para invertir. Ca­pitalista e inversor tienden a confundirse, y así ocurre en los regímenes más dispares: en los países subdesarrollados, en los países capitalis­tas como Estados Unidos, Inglaterra y Francia, en los países de economía planificada y socialis­ta como Rusia Soviética.

 

Una revancha; como la que se han tomado los banqueros privados contra el monopolio de la emisión de billetes, en el campo monetario, por el uso del cheque y de la moneda escritural. Singular retorno que obliga a ser cauteloso fren­te a los dogmas y las doctrinas.

Vale la pena, hacer alguna transcripción más.

    

En 1952, Brochier escribía: "La transforma­ción de los métodos de financiación de las em­presas se ha presentado en primer término, parece, como una reacción en defensa, de los empresarios, defensa contra los prestamistas de capital que amenazaban su parte del rendimien­to global y su posición estratégica, defensa, sobre todo, contra un Estado cuyas iniciativas creaban a menudo una traba considerable dé la empresa privada. Amenazada, en el plano político, la empresa capitalista se aparta de un uni­verso que se ha hecho peligroso para ella, se constituye en unidades cerradas, utiliza todas las ventajas económicas de su situación para sobrevivir y desarrollarse".

 

Acabamos de decir que el autofinanciamiento ha adquirido gran desarrollo en los últimos tiempos en todos los países y bajo todos los re­gímenes.

 

Citemos algunos ejemplos que tenemos muy al alcance de la mano.           

En un artículo que nos enviara para Revista de Economía (1954) titulado CONTRIBUCION A LA TEORIA DEL DESARROLLO ECONO­MICO, Maurice Masoin, al analizar la experien­cia cumplida en el Congo Belga, un país típica­mente subdesarrollado, manifestaba: "El autofi­nanciamiento de las empresas ha ocupado un lugar preponderante en la formación del ahorro: los, dos tercios aproximadamente del total y en cierto momento hasta los cuatro quintos". Y agregaba: "Que el ahorro de las empresas haya sido tan elevado, resulta seguramente de la im­portancia de los beneficios de coyuntura que se aseguraron a favor de las circunstancias y especialmente a favor de la plusvalía adquirida por sus productos, de la cual el valor de las ex­portaciones da idea; pero el hecho notable es que hayan utilizado esas circunstancias no tanto para aumentar la remuneración de su capital, como para subvenir a la ampliación de su equipo de producción. La legislación fiscal ha estimu­lado particularmente esta disposición, alentan­do la amortización y la reinversión de los bene­ficios reservados".

 

- Laufenburger que como ya hemos señala­do no se caracteriza por ser favorable, al autofi­nanciamiento, en otro artículo también publi­cado en Revista de Economía - AHORRO E IMPUESTO EN RUSIA SOVIETICA - llegaba a conclusiones que a algunos pueden sorprender: "Con los beneficios de las empresas llegamos a un segundo aspecto de la política fiscal favora­ble a la creación de bienes de capital". Y después de citar las cifras del presupuesto soviético de

1955, decía:

Así pues como en los países de economía capitalista y de economía mixta (donde el sec­tor político alcanza del 30 al 50% del total) el autofinanciamiento se desarrolla rápidamente en Rusia Soviética. Las empresas consideradas como viables conservan una parte importante de sus beneficios, los colocan en reserva y los reinvierten. La totalidad de los establecimientos del Estado está sujeta al gravamen sobre los be­neficios, la parte de ese "impuesto" es tanto más importante si la empresa o la rama de la cual forma parte, está considerada como no ca­lificada para proceder a un amplio aumento del utilaje. La parte de los beneficios absorbida por el presupuesto, es objeto de una redistribución a favor de los establecimientos o sectores de producción que el Estado quiere desarrollar".

 

- Podemos, por último, recurrir al mismo Laufenburger - en otro artículo titulado "Aho­rro Colectivo y Ahorro Individual" (Revista de Economía 1953) - para mostrar la importancia del autofinanciamiento, que el autor considera una de las formas de ahorro colectivo, en Esta­dos Unidos y Francia. Basta citar los porcentajes de la inversión en Estados Unidos (1952), son estos:

Inversiones Públicas. . . . . . . . . . . . ....... 15%

Inversiones privadas individuales. . . . .. 25%

Autofinanciamiento (privado). . . . . . . . . 60%

 

Estos son los hechos. Todas las economías hoy recurren al autofinanciamiento. Tendencia tan generalizada y tan señalada a algo debe res­ponder. ¿Qué ha ocurrido aquí? ¿Qué perspec­tivas ofrece el autofinanciamiento? ¿Hay que limitarlo o hay que alentarlo?

 

Ya damos la respuesta, sin perjuicio de am­pliarla. En este país subdesarrollado, donde el Estado utiliza el ahorro obligatorio para finan­ciar los déficit presupuestales; donde no hay mercado de capitales; donde la colocación en bienes inmobiliarios, tanto o más con fines es­peculativos que con fines de construcción, ha absorbido y absorbe buena parte del ahorro pri­vado; donde las colocaciones bancarias, cuando se destinan a bienes de capital, son a corto pla­zo, el autofinanciamiento, no obstante las reservas que puede merecer y las medidas que haya que adoptar para encauzarlo, es la forma más eficaz para impulsar las inversiones en el campo de la actividad privada. Por tanto, hoy y aquí, debe ser alentado.

 

VI

 

 1. Dijimos el otro día que el proceso inflacio­nista tenía para la empresa, entre otros muchos efectos el siguiente: cierto rubro del activo - maquinarias, mercaderías, etc. - se revaloriza­ban, en tanto el pasivo, nominalmente igual disminuía. Miremos con un poco más de deten­ción el proceso. Una empresa X, que para ma­yor simplicidad del ejemplo vamos a suponer que es una sociedad anónima, tiene un capital

integrado de un millón de pesos. El dividendo lo distribuye sobre la base de ese capital inte­grado. Si da un 12% quiere decir que distribuye ciento veinte mil pesos.    

 

Pero el capital integrado no es por cierto el capital real y así lo ha reconocido, no obstante su empirismo, nuestra propia legislación imposi­tiva (impuesto sustitutivo por ejemplo; también ganancias elevadas para cuya ley el capital es un resto, la diferencia entre el activo y el pasivo). Ese capital real ha podido aumentar o disminuir por muy diversos factores, ajenos todos ellos a la integración primitiva. No nos interesa ahora averiguado. Nos interesa en cambio destacar otro aspecto vinculado con la inflación. Siem­pre a los fines de la simplicidad del ejemplo, supongamos que la empresa de un ejercicio a otro mantiene inalterable su activo fijo. Nor­malmente, el paso de un año ha debido provo­car una depreciación de los bienes. Hay que hacer reservas para amortizar, reservas del 5, del 6, del 10 ó del 20%. Tampoco interesa estable­cer métodos y porcentajes. Pero en período inflacionario ocurre que el aumento de precios no sólo cubre la cuota amortizante sino que aún llega a acordarle a la máquina un precio superior al de adquisición o costo.

 

El proceso se ve más claro cuando se produ­cen modificaciones cambiarias. Hasta hace unos pocos años las máquinas se importaban a 1.90; después a 2.10; más tarde ya partir del decreto de 3 de enero, a 4.11. Si la misma máquina - hi­pótesis siempre a los efectos de simplificar - no hubiera variado de precio en el mercado inter­nacional, habría costado importarla en 1953, 19,000 pesos; en 1955, 21,000; Y en 1957, 41,000. Ahora bien, las maquinarias importadas en 1953, a un costo de 19,000, si se fueran a vender hoy, dentro de la plaza, a otro industrial, no valdrían 41,000; pero no es difícil prever que valdrían más de 19,000. Por un hecho to­talmente ajeno a la capacidad, a la dedicación, al trabajo del empresario habría nacido una ganancia de X pesos.

 

2. En el proceso hay una segunda etapa. La máquina tiene una vida útil de cinco, de diez o de veinte años. Se desgasta y muere. Hay que reemplazada. Supuesta la fijeza de los precios internacionales, el empresario deberá disponer de 41,000 pesos largos para reponer lo que costó 19,000. Pero si amortizó, como está obli­gado legalmente y no creó reservas adicionales, encontrará al término de esa amortización que sólo recupera el costo primitivo de adquisición y no el costo actual de reposición.

 

Hay más. Las máquinas no sólo se desgastan. También pasan de moda, como las estrellas de cine. En plena producción pueden resultar anti­económicas. Devenir obsoletas. Otras máquinas se han ideado, que producen mejor, más y más barato. En períodos normales y en grandes mer­cados, cuando se puede recurrir al mercado de capitales, la reposición se hace, en esos casos, con relativa rapidez, rapidez sólo contrariada por el deseo de amortizar el equipo todavía útil y ya sobrepasado. En períodos inflacionarios y más en un mercado reducidísimo como el nues­tro, falto de capitales, este segundo tipo de re­posición, tal vez el más útil porque está ordena­do por el progreso técnico, no puede hacerse. Hay natural tendencia a utilizar la máquina has­ta el límite de su resistencia.

 

Se ha buscado, como se sabe, remedio a estas complicaciones en la reevaluación de los activos. La legislación impositiva no lo permite. La prác­tica y el buen sentido obligan al empresario previsor a crear, como antes se ha dicho, reservas adicionales utilizando los eventuales beneficios extraordinarios, si se producen, que le depare la inflación en el precio de las mercaderías. No es siempre fácil, como se comprende.

 

3. De cuanto queda dicho algunas conclusio­nes se desprenden:

 

- La inflación y los artilugios monetarios perturban todo el proceso productivo. Dan la ilusión de un acrecimiento de valores y de un acrecimiento de beneficios en una prime­ra etapa; se traducen después, generalmente, en un estancamiento del progreso técnico. Crean un freno a las necesarias reposiciones y transfor­maciones y por esta vía, determinan un aumen­to adicional de los costos: máquinas viejas o máquinas obsoletas producen más caro. Hay así una descapitalización indirecta, un inmovilismo que nos aparta más y más de los mercados inter­nacionales.

 

- La empresa de nuestro ejemplo - en términos generales puede decirse lo mismo de todas las empresas sanas del país - se encuentra hoy en esta situación. Si calcula, el dividendo que dis­tribuye sobre el valor actual de su activo fijo y con más razón si posee inmuebles, y no sobre el

capital integrado, encuentra que ese dividendo del 10%, es apenas del 6 ó del 5 ó del 4%. Le conviene desaparecer, vender sus equipos y co­locar el precio obtenido en tierras - pongamos por caso - en lugar de seguir produciendo.

 No es correcto en nuestra disciplina trabajar sobre creencias o seguridades subjetivas; pero nos atrevemos a pensar que si muchas empresas pudieran liquidar hoy, lo harían.

 

- Hay más, y al respecto diremos algo otro día sobre las cifras del singular censo industrial que acaba de aparecer, cifras que por lo pronto se estampan sin fundarlas. El proceso inflacio­nista y la inestabilidad monetaria acentúan la concentración del capital, favorecen el monopo­lio y hacen la competencia imperfecta cada vez más imperfecta, paralizan o detienen la creación de nuevas empresas. Es fácil comprenderlo. Para montar en la actualidad una empresa igual a la de nuestro ejemplo, se necesita integrar un capi­tal mucho mayor que el integrado originaria­mente por ésta. Si en 1953 del millón integrado se hubieran dedicado 500,000 a máquinas, aho­ra habría que dedicar a la organización del mismo equipo - en la hipótesis siempre de que los precios internacionales hubieran permanecido estables - más del doble. La inflación contribu­ye así de manera decisiva, a acentuar el proceso de concentración del capital, del cual alguna noticia parece que tuvo Marx, mal que le pese a los "técnicos".

 

También, por supuesto, los inmuebles y aun las instalaciones. Pero además se observa con ma­yor claridad a través de los balances de estas empresas, otro fenómeno del cual desgraciadamente sólo podemos mostrar los rasgos más acentuados. En su más definida expresión ese fenómeno puede caracterizarse así: aumento del producido de las ventas; estancamiento o reducción del volumen de las mismas; aumento de la utilidad neta en términos absolutos y/o en términos relativos.

 

Esto necesita algunas explicaciones para poner al lector menos advertido sobre la pista.

 

4. Supongamos ahora que la empresa de nuestro ejemplo, en lugar de ser una empresa industrial, es decir que transforma las mercade­rías que adquiere, es una empresa comercial. Vende sin transformar. El stock de mercade­rías de esa empresa está sujeto, a causa de la inflación y de las maniobras monetarias, a mo­dificaciones parecidas a las señaladas antes.

 

- La empresa de nuestro ejemplo, vendía en 1953 – supongamos - un millón de pesos (rota­ción del capital, por tanto, igual a uno). En 1957 esa empresa vende un millón y medio. El producido ha aumentado. ¿Ha aumentado tam­bién inevitablemente el volumen de ventas? No. Puede haber vendido igual cantidad de merca­derías: puede haber vendido menos; puede ha­ber vendido más pero relativamente menos que en 1953. En todos estos casos, el alza de los precios siempre será superior al aumento de la cantidad. Los balances de algunas empresas tipo que a través del Diario Oficial venimos estudian­do, demostrarían que hay una tendencia cons­tante a acentuar en los últimos años el "decalage", entre precios y volúmenes.

 

- La utilidad bruta es - definición no muy precisa - la diferencia entre el costo de la mer­cadería, incluidos los gastos hasta depósitos, y el precio de venta de la misma.

 

Entre el costo y la venta se interponen los gastos generales, los sueldos y salarios, las cargas sociales, los impuestos, etcétera. Todos estos rubros y subrubros, sin excepción han subido. Por consiguiente, supuesto un mismo producido de ventas y una misma utilidad bruta, si estos gastos intermediarios suben, baja inevitablemen­te la utilidad neta.

 

Volvamos a nuestro ejemplo. La empresa vendió en 1953 por un millón de pesos merca­derías, las cuales mercaderías colocadas en de­pósito, le costaban 600,000. Utilidad bruta sobre ventas 400,000 ó sea el 40%. Esa empresa tuvo de gastos generales, salarios y sueldos, im­puestos, etc. 280,000. Utilidad neta 120,000. Sobre el capital de un millón, representa el 12%.

 

En 1957, los gastos intermediarios pasan a 350,000. En consecuencia, admitido el mismo producido y la misma utilidad bruta, la utilidad neta baja. Es del 5% (50,000 sobre 1 millón).

Pero las cosas no son tan sencillas. En las em­presas "prósperas" y admitiendo teóricamente un producido incambiado de las ventas, el proceso ha tomado preferentemente estas dos di­recciones.

 

a) Ventas 1 millón. Costo 500,000. Utilidad bruta 500,000. Gastos intermediarios 350,000. Utilidad neta 150,000 (15% sobre el capital in­tegrado de 1 millón). La utilidad bruta ha subido a consecuencia del alza de precios. La utilidad neta también ha subido, porque el aumento de los gastos intermediarios ha sido inferior al

aumento de la utilidad bruta.

 

b) Ventas 1 millón. Costo 500,000. Utilidad bruta 500,000. Gastos intermediarios 400,000. Utilidad neta 100,000 (10% sobre el capital de invertido 1 millón)Los gastos intermediarios han subido proporcionalmente más que la utilidad bruta. En consecuencia la utilidad neta es menor.

 

En los dos casos el consumo paga más. En uno los gastos intermediarios crecen menos que la utilidad bruta; en otro, más. Si esos gastos intermediarios, estuvieran constituidos única­mente por sueldos y salarios, se habría producido una redistribución del ingreso: el capital recibiría menos, los trabajadores más. Pero no están constituidos solo por sueldos y salarios. También lo están por impuestos, por tasas, por tarifas, digamos a título de ejemplo. Y entonces

puede ocurrir, ha ocurrido y ocurre, que la parte que se llevan estos sea mayor, mucho mayor, que la que se llevan tanto el capital como el trabajo.

 

De aquellos balances a que hemos referido hemos sacados algunos promedios. Tienen un valor muy relativo.    

 

Para poder lograr conclusiones valederas será necesario trabajar todavía mucho. Adelantamos no obstante algunos datos que comprenden el período 1953-1956­.

 

Aumento de ventas producido...... . . . . . . . . .7%

Aumento de utilidad neta. . . . . . . . . . . . . . . . 5%

Aumento de sueldos y salarios. . . . . . . . . . . 36%

Aumento de impuestos. . . . . . . . . . . . . . . . . .65%

 

Es fácil colegir de los porcentajes preceden­tes que si el producido de ventas sólo ha crecido un 7%, para poder cubrir los aumentos que aparecen en todos los demás rubros, ha debido ocurrir un aumento excepcional de la utilidad bruta y por tanto de los precios.        

No queremos insistir sobre este aspecto, que aún no dominamos cabalmente; pero una simple y perogrullesca conclusión debe ser destacada: la inflación ha perturbado todo el mecanismo económico y roto los equilibrios preexistentes. Y no hay motivos para creer que haya provoca­do una mejor distribución del ingreso. Todo marcha en confuso tropel. Algunas empresas mejor organizadas pueden haber visto su utili­dad neta acrecida; otras, por diversas razones, disminuída. Y a fin de cuentas, asistimos a un estancamiento general de la producción - menor volumen de ventas oscurecido o disimulado por mayor producido - y a una descapitalización también general.

El enfermo no siente dolores y está, a ratos - cada vez que sube los precios, cada vez que coteja ventas y utilidades, cada vez que recibe aumentos de salarios y pagos de retroactivida­des - eufórico. Es la morfina del doctor Adams.

 

VII

 

 

Afirmar que los impuestos directos son supe­riores a los indirectos, es ya un lugar común. Por serio no es una falsedad. Pero tampoco, por supuesto, una verdad inconcusa. Es hora, deci­mos una vez más, de qué nos dejemos de mane­jar con latiguillos y de que, hasta por razones de higiene mental nos dispongamos a mirar y ver sin prejuicios y a pensar, o repensar dogmas y axiomas.

Y bien, aunque sorprenda y perturbe la sies­ta bajo el parasol del dogma, la verdad es que dentro de la práctica y la teoría financieras; aquel lugar común empieza a conocer opositores y herejes.

Estos apuntes de hoy, que no obstante su extensión siempre serán reducidos, tienen por finalidad, antes de exponer nuestra modestísi­ma opinión, citar ajenas y autorizadas, aunque, en definitiva, estemos condenados a un aburri­do y dilatado monólogo y a marchar en la com­pañía ideal de los que tienen medios, clima y horizontes para pensar y crear, en otras latitu­des.

 

Claro está que no aspiramos a hacer un catálogo de citas. Nuestra bibliografía no es comple­ta - ¿cómo podría serlo? - pero no siquiera por razones obvias, podemos utilizar la que tenemos a nuestra disposición. Elegiremos pues a algunos autores. Ellos han de bastar creemos o espera­mos, para abrir el camino y mostrar el rumbo.

 

 l. A principios de 1953, Antonino Griziotti, de ilustre linaje, publicó en Revista de Econo­mía un estudio bajo el título "Quali le migliori imposte per le industrie?". El título expone el tema. "El problema central de toda política fi­nanciera – escribía - pero también de cualquier orientación de política pura y que como tal absorbe la mente de los hombres de gobierno y de los estudiosos, es el de la repartición de la carga fiscal en función de la producción y dis­tribución del rédito nacional. Y en particular toda la atención se vuelca a descubrir el sistema más inocuo de tasación a fin de no deprimir la actividad productiva pero también - donde es posible - lograr que la presión fiscal pueda ser­vir de estímulo a una actividad más intensa".

y después de referir a diversos informes y es­tudios y de recordar particu1armelite la experien­cia sueca y la opinión del profesor Welinder, Griziotti terminaba así:

"Del conjunto de todas estas consideraciones es fácil llegar a la conclusión que las empresas industriales en particular, además de todos los sectores económicos en general y la misma finanza pública, obtendrían una ventaja más consi­derable con un sistema de impuestos indirectos sobre bienes no esenciales que con uno de direc­tos reales aplicados a la producción".

 

2. Por la misma época Ursula Hicks que en­seña en Oxford y cuyo tratado de Hacienda Pública - editado por Aguilar - no puede ser ignorado, en otro estudio, "The role of the indirect taxation in modern economy", luego de analizar la experiencia inglesa posterior a la segunda guerra mundial, concluía: "Me parece que a pesar de esas dificultades la experiencia británica de la extensión de los impuestos sobre el consumo a partir de 1938 ha sido satisfactoria. Dada la nueva situación en materia de distribución de los réditos, hay evi­dentemente aquí un extenso campo de capaci­dad contributiva, explotable. Mientras las nece­sidades del Estado, dispensador de bienestar y otras causas, nos condenen a una situación de inflación larvada, necesitamos un sistema im­portante sobre el consumo para desempeñar una función enteramente nueva en la economía. La medida en que los impuestos sobre el consu­mo pueden responder a las nuevas exigencias sin caer sensiblemente por debajo del nivel de los buenos impuestos, sea desde un punto de vista económico, sea desde un punto de vista social, me parece ser uno de los descubrimientos de las Finanzas Públicas posteriores a la guerra".

 

3. Ya hemos citado a Duverger Profesor en la Facultad, de derecho de Burdeos, encargado de cursos en la Facultad de Derecho de París, autor de varios libros, director de colecciones, colaborador de Le Monde, Maurice Duverger, es uno de los valores más destacados de las nue­vas promociones universitarias francesas.

A mediados del 54, publicó un extenso tra­bajo en la vieja Revue de Science et de Legisla­tion Financiere, la que fundó Jeze y ahora diri­ge Laufenburger. Ese trabajo, lleva por título "Défense e illustration de l'impot indirect".

       Se nos excusará que ahora las transcripciones sean algo más extensas.

       "Las concepciones fiscales de los franceses - escribe Duverger - están todavía dominadas por las luchas muy vivas desarrolladas a princi­pios del siglo XX, alrededor de los proyectos Caillaux que desembocaron en las reformas de 1914-1917. En su espíritu éstas perseguían dos objetivos esenciales: a) asegurar el predominio de los impuestos directos sobre los impuestos indirectos; b) reemplazar los viejos impuestos di­rectos reales, calculados sobre los signos exte­riores, por un sistema de impuestos personales. El primer objetivo no fue alcanzado y el segun­do, sólo muy parcialmente. Poco importa: en el espíritu del público y en el de los teóricos, ha presistido la idea que el impuesto directo per­sonal constituye un "bien" y el impuesto indi­recto real un "mal", que el primero debía ser pues desarrollado a expensas de los segundos".

"En el conjunto, la masa de la opinión públi­ca se ha adherido pues, en general, a las tesis fundamentales de la reforma fiscal de 1914­ - 1917. Para ella el impuesto directo personal tie­ne buena reputación: es el único capaz de hacer pagar a los ricos, el único justo, el único genera­dor de progreso social y debe ser desarrollado en detrimento de los impuestos indirectos o reales, contribuciones inigualitarias e injustas, en esencia".

"Se tratará de mostrar aquí - agrega Duver­ger - que esta concepción es errónea, que la evolución cumplida desde hace 35 años la con­tradice, que el impuesto directo personal ha de­venido el más inigualitario de todos, que ciertas transformaciones recientes de la técnica de los impuestos indirectos o reales han introducido por el contrario una justicia bastante grande, que la misma distinción "impuestos directos­ - impuestos indirectos" bajo su forma corriente, está en camino de desaparecer".3*

 

3* Digamos todavía que, en nota, Duverger precisa:

"La distinción de 'impuestos directos-impuestos indirectos' está tomada aquí en el sentido que tiene en el lenguaje corriente, donde corresponde aproximada­mente a la distinción 'impuesto sobre la renta-impuesto al consumo'."     

Todo el estudio de Duverger merecería ser reproducido. Obligados a -transcribir y mal que nos pase, trataremos de resumir su tesis.     

 

 a) EL IMPUESTO PERSONAL DIRECTO ES, EN FRANCIA, UNA MISTIFICACION. "Nuestro sistema de impuesto directo personal, en el cual Caillaux veía la esperanza de una justicia fiscal; es hoy día, la fuente de la más grande injusticia. La. sobretasa progresiva que debía “hacer pagar a los ricos” pesa fundamentalmen­te (2/3) sobre los salarios medios y superiores, es decir sobre los cuadros." 

b) HAY Y UNA EVIDENTE DECLINACION DEL IMPUESTO DIRECTO PERSONAL. "Su participación, baja en nuestros presupuestos. No desempeña hoy más

que una función complementaria frente al desarrollo creciente de los impuestos indirectos."

c) EL IMPUESTO INDIRECTO PUEDE PERSONALIZARSE. "Nos hemos dado cuenta de que el impuesto indirecto es susceptible de personalización y que ésta puede ser así más eficaz que en el impuesto directo, a causa de su carácter auténticamente general"

"Los cuatro elementos principales de la personali­zación del impuesto -exoneración del mínimum vital, progresividad, ajuste familiar, discriminación- pueden aplicarse en la fiscalidad indirecta y se aplican efectiva­mente más amenos."

d) "MIENTRAS EL IMPUESTO INDIRECTO TIENDE A PERSONALIZARSE, EL IMPUESTO DIRECTO SIGUE UNA VIA INVERSA y SE DESPERSONALIZA."

e) "LA TEORIA CLASICA DEL IMPUESTO PER­SONAL TOMA EN CUENTA EL NIVEL DE LA REN­TA, Y NO LA UTILIDAD SOCIAL QUE SE HA AYU­DADO A CREAR."

Ya en alguna ocasión anterior transcribimos esta parte del artículo de Duverger. Es útil repetir la cita "La idea de gravar más pesadamente -dice-, dados beneficios iguales, a la empresa vetusta con productividad débil que a la empresa moderna con rendimiento elevado, define la personalidad del contribuyente, se­gún otra perspectiva: su participación en el progreso."

 "Las mismas bases de la política son así sacudidas. La idea de productividad provoca en, ese dominio una revolución parecida a la que provocó a principios de siglo la idea de utilidad marginal, fuente de la doctrina de la progresividad."

 

El lector debe disculpar, formulamos una vez más el pedido, las extensas transcripciones que no serán, quizá, las últimas. De todas mane­ras ha salido ganando. La verdad de una tesis, - ya lo sabemos - no se demuestra con invoca­ción de autoridades. Pero por aquello de que nadie es profeta en su tierra, y por respeto a nuestro reverente colonialismo mental, puede ser útil recurrir a las citas. Por otra parte - que­de de nuevo expresadamente destacado -, la transcripción no significa adhesión total a lo que en ella se expone.

Lo que hemos querido señalar por hoy es, simplemente, que el dogmático lugar común a que referimos al principio, está en camino de no ser, común. En los hechos y en la teoría, la herejía se va extendiendo. Desde tres países distintos -Italia, Inglaterra, Francia - otros tantos autores, así lo muestran.

VIII

 

Las transcripciones hechas la semana pasada, referían a la política fiscal de países desarrolla­dos: Italia y especialmente Francia e Inglaterra.

 

      Cabe recoger algunas otras que se aplican a los países subdesarrollados.      

 

1. Hemos citado, más de una vez, a John H. Adler. Su autoridad es reconocida. En 1951,en la 60a. Reunión Anual de The American Economic Association (Boston, diciembre 26-29, 1951) Ragnar Nurkse y Adler presentaron dos trabajos indizados bajo el título Growth in Underdeveloped Countries. El estudio de Adler se subtitulaba, The Fiscal and Monetary Imple­mentation of Development Programs y en él se decía:

"Del lado fiscal, dicha política (destinada a mantener el nivel del ahorro y permitir así una expansión de la corriente de inversiones) debe­ría llevar más bien hacia una progresión de la estructura impositiva. Esto, naturalmente, de inmediato hace pensar en la introducción o aumento de los impuestos directos sobre el ingreso, a los cuales muchos expertos fiscales han considerado un curalotodo de los proble­mas fiscales de los países subdesarrollados.

"De paso, debo decir que represento a una minoría o al menos uno que opina que un im­puesto progresivo sobre la renta no es necesa­riamente el mejor y no significa la única solu­ción a los problemas fiscales de los países subdesarrollados. Si la carga impositiva de las clases ricas debe ser aumentada, en parte para eliminar las menos deseables formas de inversión privada y en parte para cortar sus exagerados consumos, puede ser preferible no confiar demasiado en el impuesto a la renta. Desde que la distribución de la propiedad raíz, tanto urbana como rural, es en muchos países subdesarrollados más des­igual que la distribución de la renta, bien puede ser que la incidencia de un impuesto proporcio­nal sobre la propiedad con un nivel relativamen­te alto de exenciones básicas, sea más progresi­vo que un impuesto a la renta personal; además es más fácil de administrar. También, un más  alto nivel de imposición sobre la propiedad puede tener algunos efectos benéficos sobre el hábito dominante de dedicar los ahorros priva­dos con amplitud a la adquisición o construc­ción de propiedades inmuebles."

 

2. Agreguemos a la opinión de Adler, la de Nurkse, desarrollada en sus conferencias de Río de Janeiro y recogida en su libro Problems of Capital Formation in Underdeveloped Countries

(traducido por el Fondo de Cultura Económica).  "Hay necesidad – afirma - de un nuevo enfoque di de las finanzas públicas. Los preceptos tradicionales no siempre son adecuados al problema de la formación de capital en las economías atrasadas” En aras del incentivo al ahorro, la imposición no debe ser sobre el ingreso personal, sino  más bien sobre los gastos. En realidad, siempre se coloca cierto gravamen sobre el gasto a través de impuestos especiales e indirectos, que generalmente son muy importantes en los sistemas fiscales de los países poco desarrollados; pero tal vez valga la pena considerar con detenimiento ­las propuestas para crear un impuesto amplio  sobre el consumo personal, en lugar del impuesto sobre el ingreso personal"           

3. En un estudio muy cauteloso - La politique fiscale des pays sous développes - H.S. Bloch, director de la División de Finanzas Públicas de las Naciones Unidas, señalaba en 1952, que "en una economía en vía de desarrollo, la renta de un individuo o de una sociedad no constituye necesariamente el criterio principal de una actividad provechosa. En todos los casos en que se asista a un progreso notorio en el do­minio industrial o agrícola, los valores territo­riales aumentan y ganancias importantes de capital pueden ser realizadas por medio de in­versiones especulativas. Se puede considerar a esas ganancias de capital como rentas en el mo­mento en que se realizan; muy a menudo, sin embargo, o bien no se realizan o bien su reali­zación no es visible para la administración fis­cal. En consecuencia, un sistema de impuestos, que se propone únicamente alcanzar a las rentas visibles, desprecia uno de los resultados princi­pales del enriquecimiento, aquel que se traduce en un aumento neto de la fortuna de un indivi­duo, de un grupo o de una sociedad",

 

4. Nos llega estos días un reciente libro de Van Philips, Public Finance And Less Developed Econop1y with Special Reference to Latin America. El autor no manifiesta una especial resistencia a la implantación del impuesto a la renta en los países subdesarrollados. Por el con­trario. Pero después de mencionar la opinión de Balgit Singh, netamente favorable a los impues­tos al consumo y de enumerar las condiciones que Richard Goode, (Goode formó parte como experto financiero de la Misión que enviara Na­ciones Unidas a Bolivia y que produjo el infor­me Keenlegside) considera esenciales para im­plantar el impuesto a la renta, concluye:

"Las mencionadas exigencias y las condiciones que actualmente existen en los países sub­desarrollados, demuestran que el impuesto personal sobre la renta - y también el gravamen a la propiedad - como un instrumento de tasa­ción masiva, sólo será aplicable a largo plazo."

 

 5. Ya hemos dicho y redicho que este pro­blema y todo problema, no se resuelve por vía de autoridad y con acumulación de citas. Podría­mos agregar muchas; pero las transcripciones hechas, repetimos, no tienen otro propósito que mostrar la vulnerabilidad de los dogmas. Mejor, la inexistencia. No hay dogmas en economía. No hay dogmas en finanzas. No hay tampoco panaceas y nuestra modesta, modestísima tarea consiste en buscar simplemente, hoy y aquí, el régimen impositivo que más se ajuste a las necesidades y a la estructura del país. Determinar esa estructura y fijar esas necesidades es lo bási­co. Y también elegir entre dichas necesidades aquellas que deben ser satisfechas, en primer término.

 Decimos así: el Uruguay es un país donde se sacrifica la inversión al consumo; ya prisio­nero de la inflación; que está en camino de des­capitalizarse, y/o que no se capitaliza como podría o debería hacerlo; que debe ser desarro­llado. Para lograr ese desarrollo, que es garantía también de independencia, hay que fomentar el ahorro, la inversión, la capitalización.

Pensamos que el impuesto a la renta – hoy y aquí, decimos una vez más - se presta menos que el impuesto a la propiedad inmueble o que cier­tos impuestos a los consumos -especialmente los suntuarios - a cumplir esa finalidad esencial, en la etapa que atravesamos. Más aún: en cierto sentido puede contrariarla.

 

Pensamos, todavía, que la injusticia, tantas veces señalada de los impuestos al consumo, puede mitigarse por varias vías: que esos impues­tos, pueden personalizarse y hasta devenir real­mente progresivos.

Pensamos, por último, que determinados im­puestos al consumo son más eficaces que el impuesto a la renta para frenar o encauzar la inflación.

 

IX

 

Hemos visto que desde diversos ángulos se al­zan críticas al impuesto a la renta. Que la expe­riencia cumplida está lejos de haber respondido a los propósitos iniciales. Que, por razones de orden práctico y de orden teórico, se intenta su­perar la clásica y académica distinción entre im­puestos directos e impuestos indirectos. Que nuevas formas impositivas han aparecido, en los países que solemos llamar más avanzados: desti­nadas a, corregir los vicios e inconvenientes del impuesto a la renta.

 

La verdad es, por consiguiente, que si la ruti­na - tanto en el campo de las aplicaciones coma en el de la doctrina - sigue aferrada al impuesto a la renta, ya ha brotado una vigorosa herejía cuya dirección asumen algunos de los espíritus más originales y creadores en nuestra disciplina.

 

Todavía hay técnicos que van a Haití a aconse­jar la implantación de aquel impuesto. Frente a ellos, Kaldor propone en Inglaterra y para Ingla­terra, un impuesto progresivo sobre el gasto y Duverger inicia en Francia la defensa y reivin­dicación de los impuestos indirectos.               

 

Estamos en el Uruguay y escribimos para el Uruguay. Y hemos dicho que de acuerdo con la estructura presente del país, así como en la ac­tual coyuntura, no consideramos conveniente la implantación del impuesto a la renta. Para noso­tros la tarea fundamental e inmediata que debe cumplir aquí un sistema impositivo es, por un lado, limitar los consumos para frenar la infla­ción y por otro, facilitar la inversión. En otros términos, alentar el ahorro y la capitalización. Por este medio, acelerar la productividad. El país gasta mucho y mal. Al país le faltan capi­tales. Hay que crearlos y/o atraerlos. Durante algún tiempo pensamos y tal pensamiento nos hizo vacilar, qué impulsar la productividad conspiraba o podía conspirar contra una distri­bución más equitativa de las cargas. Que si no eran contradictorios eran por lo menos antinómicos, ambos fines. Que en aras de la capitalización se sacrificaba a la justicia.

 

Ya no pensamos lo mismo. Por lo pronto la experiencia estadounidense, la inglesa, la fran­cesa, es decir la realizada a través de muchos años en los países más desarrollados del mundo, demuestra que el impuesto a la renta no ha logrado el imperio de esa justicia. Más aún, ha sido factor de grandes injusticias. Hemos transcripto la opinión de Duverger, respecto a Fran­cia.

 

Podríamos agregar muchas otras entre ellas las de Laufenburger y de Lauré. Este último por ejemplo, escribía hace poco: "Del hecho que el impuesto sobre la renta, que es a justo título una pieza principal de la política social, se asienta solamente sobre la renta total de los particulares en lugar de asentarse solamente sobre la renta disponible para el consumo, ha resultado, por una parte una proletarización indiscutible y sin pausa creciente, de las clases­ medias que constituyen sin embargo el esqueleto de la sociedad capitalista; y por otra parte, una cristalización y una concentración de, la riqueza entre las manos de organismos que pier­den cada vez más contacto con el público".

 

"La riqueza permanece en gran parte en el­ sitio donde fue creada y allí se acumula".

Kaldor, autor de un libro reciente, y que ha tenido gran resonancia, sobre la reforma imposi­tiva en Inglaterra, después de señalar los defec­tos y frustraciones del impuesto a la renta pro­pone sustituirlo, para restablecer la igualdad prometida y no lograda, por un impuesto progresivo sobre el gasto. “Un impuesto, progresivo sobre el gasto – dice – contribuiría mucho más que el sistema actual de impuesto sobre la renta a igualar el nivel de vida, de las diferentes clases y por ahí acercamos ala igualdad econó­mica y social, en el único sentido en que esta noción tiene una significación clara y tangible para el hombre ordinario".

 

Y recuerda la opinión de Henry Simons sobre el régimen fiscal americano: "Todo este procedimiento implica una especie sutil de des­honestidad moral y política. Se huele un siste­ma grandioso, de engaño según el cual sobretasas enormes se votan a cambio de la promesa, de no aplicadas. Así, los políticos, pueden mos­trar las tasas con orgullo, al mismo tiempo que recuerdan discretamente a sus ricos electores las lagunas del sistema".

 

Aún, pues, desde el punto de vista tan soba­do y manido de la justicia distributiva, encon­tramos que la aplicación del impuesto a la renta no ha correspondido a los fines proclamados y que ha sido necesario concebir y proyectar nue­vas formas impositivas para lograr esa justicia.

 

Pero cabe todavía decir aunque ello desbor­de el cuadro de estos artículos, que esa justicia distributiva no puede ni debe dejarse librada exclusiva o fundamentalmente al mecanismo de los impuestos. Creer que la implantación de una mayor justicia social pueda lograrse por medidas fiscales, siempre nos ha parecido un dulce engaño, una manera de esquivar las reales soluciones.

Y en ese sentido nos permitimos remitir al lector a los dichos de Bevan que "Marcha" publicó hace algunas semanas (No. 854): "Numerosos leaders laboristas" -afirmaba Bevan- creen "que se puede llegar a una sociedad igualitaria por medio del sistema fiscal manejando solamente los impuestos".

"Y bien -agregaba- yo considero esta actitud como una cobardía intelectual".

"Primero hay que ver si existe realmente el fraude, si éste asume proporciones considerables. Pero sobre todo esa teoría consiste en decir que se pueden distribuir importantes beneficios a los miembros de la colectividad que hacen marchar las empresas para tomarles enseguida la mayor parte de esas rentas por la vía de im­puestos y financiar así los gastos del Estado. Políticamente es indefendible. Considero que este sistema lleva a una vida colectiva inmoral, en la cual la astucia y el fraude son el pasatiem­po ordinario de todo el mundo".

  Repetimos: hoy y aquí, la función principal, absorbente de la política fiscal debe ser limitar los consumos, alentar el ahorro y las inversiones, impulsar y acelerar el desarrollo. El impuesto debe gravar la renta que se gasta  y no la renta que se ahorra e invierte. 4*

El impuesto a la renta ha quedado atrás. Constituye hoy por hoy, una etapa superada.

Otros han hecho la experiencia por nosotros. No se explica ni se justifica, tanto desde un punto de vista teórico o doctrinario, como desde el punto, de vista de las características, nacionales - estructura y coyuntura - que volva­mos a él. No se explica ni se justifica tampoco, después de aquella experiencia, que pongamos en él nuestra esperanza o nuestro deseo de una mayor justicia. Otras formas han aparecido o reaparecido, aún en el reducido ámbito de la política fiscal. Y es hacia esas formas que hay que mirar. Los impuestos indirectos tienden a devenir personales y progresivos. Los consumos suntuarios deben ser gravados con mayor inten­sidad.

 

Las ganancias derivadas de la especulación y la inflación - ganancias de capital - deben ser castigadas. Las plusvalías que no sólo se produ­cen en la tierra, ofrecen un amplio campo a la imposición. La posesión de la tierra, es, en estos países nuevos, un factor decisivo de desigualdad y de estancamiento. Todavía y ya en el plano de las realizaciones concretas dos tentativas deben merecer la atención: el de impuesto sobre el valor agregado, sustitutivo del impuesto a las ventas, que la misión Shoup quiso implantar en Japón y que Francia aplica desde 1955 y tam­bién, ¿por qué no? el impuesto progresivo sobre el gasto anual proyectado por Kaldor y que cuenta entre sus ilustres precursores a Irvihg Fisher y Pigou.

 

  4* Dos transcripciones más, que acaban de aclarar nuestro pensamiento, nos atrevemos a hacer.

Comentando el libro de Kaldor y su proyectado impuesto progresivo sobre el monto total de gasto, Marjolin acota:

"La justificación moral fundamental es que resulta más equitativo gravar a la gente según lo que retira del fondo común al gastar, que según lo que pone en él trabajando y adquiriendo rentas. Es gastando y no ga­nando o economizando que un ciudadano impone una carga al resto de la comunidad para alcanzar sus fines propios”.

"La justificación económica reside en la tendencia del mundo moderno a la inflación y a un consumo demasiado importante en relación con el volumen de los recursos disponibles y las necesidades de invertir. Ahora bien, la función esencial de la política financie­ra es la de mantener un nivel de empleo alto y estable, un nivel de precio estable y una tasa de acumulación suficiente para asegurar un alza continua del nivel de vida. La función principal de la fiscalidad es restringir el gasto privado para impedir la inflación y asegurar una repartición razonable del gasto privado entre con­sumo e inversión".

 

-Coincide con lo expuesto, y muestra un nuevo aspecto el problema, aspecto que no nos es ajeno. Fran­cesco Forte.     

"Debe destacarse que la exigencia de disminuir las formas de 'conspicuons consumption' realizadas por las clases de más altas rentas, sobre todo en el sector de los bienes y servicios que constituyen el fruto más reciente y más costoso de los progresos técnicos, es particularmente fuerte en los países de ingreso débil. En efecto, tales gastos crean una poderosa incitación a la imitación por los poseedores de trastes y los des­contentos sociales, mucho más sentidos en países po­bres no se halla en estado de efectuar esos gastos sin un grave desequilibrio de los presupuestos familiares. La represión de las manifestaciones del lujo - por la

imposición de las ventas o por otros sistemas fiscales o no - responde pues a la doble exigencia de atenuar los contrastes y los descontentos sociales, mucho más sentidos en países pobres dotados de una vieja cultura y de una vieja civilización (como Italia) y dirigir más grandes recursos hacia el ahorro y hacia las inversiones 'productivas', en vista de un mayor desarrollo econó­mico." .