Hace
poco más de diez años, Pivel Devoto mostró, desde las páginas de MARCHA, en una
dilatada y documentada serie de notas, como, a través del tiempo había solucionado
el juicio sobre la personalidad y la acción de Artigas.
"De
la leyenda negra al culto artiguista" se titulaban esas notas, que por desgracia
detuvieron sus comentarios en 1880.
"Vencedor en el terreno
ideológico - escribía Pivel - Artigas
vió eclipsar su hegemonía política ante el reclamo de sus tenientes que con
las provincias que acaudillaban, se creyeron en un grado de madurez reñida con
el protectorado, al tiempo que los últimos hechos de armas en la resistencia
contra la invasión portuguesa, señalaban el ocaso del poderío militar del jefe
de los orientales”.
“Desde ese momento., todos
aquellos motivos de pasión personal y colectiva que la lucha
había engendrado, servirían para nutrir las juicios de la 'leyenda negra
artiguista'. La clase culta del Ría de la Plata, que salvo excepciones, entró a
la revalución de 1810, sin sospechar las alteraciones del orden social que ella
traería, así como los otrora ricos hacéndados de la campaña oriental que.
auspiciaron la gran protesta rural de 1811, a la que Artigas dió un contenida
idealógico contrario a sus intereses, no perdonarían par largo tiempo al
'caudillo tumultuario' que al declarar a estas pueblas 'en el goce de sus
derechos primitivos', los iniciara en la verdadera revolución, cuyas
incontables manifestacianes anárquicas fueron desde entances señaladas coma
sello característico de la que se dio en llamar 'las tiempos de Artigas'.
Es hora de preguntarse si ese culto
a que refiere con toda propiedad Pivel, no es un culto, de latría, si no la es
también, en muchos aspectos, externo, si, por último no es superfluo., en
cuanto "se da par medio de cosas vanas e inútiles a dirigiéndolo a otros
fines" que los verdaderos y auténticos. La leyenda negra puede haber
adquirido nuevas formas la que fue ponzoñosa calumnia puede haberse
convertido en reverente homenaje, pero una y otro responden al mismo propósito:
ocultarnos a Artigas, despojarnos de él, disimularnos su significación,
ofrecernos una imagen desfigurada del héroe. La diatriba y la hagiografía
conducirían a 1o mismo. Y lo que no pudo aquélla, lo lograría ésta. Así nos
parece. Traicionado en vida, Artigas sigue traicionado en la muerte. ¡Y qué
traición!
* * *
Bien pocos, - si los hubo -,
tuvieron en la patria vieja, cabal medida de lo que Artigas fue y representó.
La traición y la defección fueron la infatigable compañía de éste. Sombra y eco
de su soledad. No pensamos al decirlo en la traición de las oligarquías
porteñas, la de los Pueyrredón y los Tagle; no pensamos tampoco en las
astucias alevosas de los caudillos del Protectorado ni en las de la diplomacia
lusitana, sutil y corruptora. Pensamos en las que conoció y sufrió en su propia
tierra que revistieron las más diversas formas. Uno de los episodios menos
explorados de nuestra historia es el de la invasión portuguesa y aún menos
explorado todavía - hechas las debidas excepciones, Pivel en primer término -
son los años de la Cisplatina que, en realidad, se extienden desde la ocupación
de Montevideo, el17 hasta el 25.
¿Por qué ése vacío en nuestra
historia? La Cisplatina, sin embargo, es un fruto y al tiempo una semilla.
Anuda el paso de los hechos. Muestra la continuidad de una lucha que llega a
nuestros días y ha de prolongarse en los futuros. La Cisplatina es el reclamo,
primero y la gozosa aceptación después, de la invasión extranjera. Las fuerzas
del "orden" estaban cansadas de la anarquía y los
"anarquistas". De la tumultuaria irrupción de las masas. El héroe
convocaba al sacrificio; el extranjero, ofrecía la sopa en el collar. Entre la libertad
- aventura y riesgo - y la
seguridad - sumisión y prebendas - la opción de las llamadas clases
dirigentes de entonces, fue la que debía ser.
¿Por qué, - volvemos a
preguntar -, la Cisplatina ha tenido tan pocos comentarios y
comentaristas?
Admitamos que sea por pudor. Al respecto se nos permitirá intercalar el
relato de un pequeño hecho. En 1852, apareció en Londres la segunda
edición ampliada de un libro de Sir Woodbine Parish - Buenos Aires and the
provinces of the Río de la Plata - Woodbine Parish había sido cónsul general
de Inglaterra en Buenos Aires desde 1824 hasta 1832 y su obra rebosa de datos
de gran interés. Poco después de publicado el libro, lo tradujo al español, en
Buenos Aires, Justo Maeso, al mismo tiempo que muchos años más tarde habría de
participar con fervor en la reivindicación de Artigas. El libro de Parish
contenía muchos documentos hasta entonces desconocidos. Maeso suprimió algunos
y para explicar la supresión dijo: "En el original inglés hay un documento
firmado por el general Belgrano y el doctor Rívadavia, datado en Londres el 16
de mayo de 1815 y que precede a los anteriores por su fecha; pero su contenido
es de tal carácter que me he permitido omitirlo en este
apéndice. Esta omisión despoja a esta traducción española de un valioso
agregado; pero en cambio ella será bien acogida por los corazones generosos
que preferirán la privación de una estéril
curiosidad al oprobio que pueda recaer sobre nombres y reputaciones que como el
del primero son el más glorioso timbre de la hidalguía argentina”.
Más
de treinta años después, en 1885, al publicar su "Artigas", Maeso
volvió sobre el tema: "En la obra en inglés de Sir Woodbine Parish '
Buenos Aires y las Provincias del Río de la Plata' que tradujimos y anotamos
extensamente hace treinta y un años, de que hablábamos antes, se contenían en
el apéndice algunos de los documentos que evidenciaban esas vergonzosas
defecciones. Entre ellas se incluía la reverente petición y súplica dirigida a
Carlos IV por Belgrano y Rivadavia y otros documentos relativos a
negociaciones análogas. Por un sentimiento de dignidad y aun de candor
juvenil, como argentinos y aún como una amarga decepción a que no
queríamos resignarnos, ni en la que podíamos creer, esperando a mejores
pruebas, nos decidimos a suprimir algunos de esos documentos, de cuya
irrecusable autenticidad muy pronto despues nos cercioramos y
ratificamos".
Ahora
bien, en 1958 se reimprimió en Buenos Aires - colección El Pasado Argentino,
Hachette - el libro de Woodbine Parish, en la traducción de Maeso y con un
prólogo de José Luis Busaniche. El documento a que refiere Maeso continúa
suprimido y a él no hace la menor mención el prologuista Busaniche. Más aún al
pie de la página 564, aparece otra vez la nota explicativa de Maeso. Un largo
siglo ha pasado y no se quiere develar el misterio. Agregamos, aunque ya el
detalle es nimio, que por azar poseemos la edición original de Woodbine
Parish, fechada en 1852, y que el documento de la referencia, va de las páginas
386 a 392, a pesar de que la versión que de él se da es un resumen, según el
propio Parish lo declara.
* * *
Admitamos,
como antes decíamos, que las mutilaciones y vacíos de nuestra historia se hayan
producido, como en el caso de Maeso, por pudor. Puede que en otros casos las
razones hayan sido distintas; pero no interesa ahora discutirlo ni tampoco
averiguarlo. La historia sincera, como la quería Seignobos no puede incurrir en
semejantes omisiones. Y escribir la historia con sinceridad, nos hará bien a
todos. No hay otra manera de conocer, por nuestro pasado, nuestro destino. Y
entonces las falsas glorias caerán y las auténticas resplandecerán mejor.
Desde que la
invasión se inicia, la traición hasta entonces soterrada, aparece. Los años que
van del 16 al 20, - hasta que Artigas se encierra en el Paraguay - son años de lucha sin pausa y de cruentas y
repetidas derrotas y también de flaquezas, defecciones y renuencias.
El
"frente interno" como hoy le llaman, sobre todo Montevideo, no
marcha a compás con la desesperada y audaz resistencia de las tropas, sin armas
ni cuadros, de Artigas. Mientras esos soldados instintivos se hacen matar, el
procerato ciudadano conspira, intriga, suplica y acoge complaciente las
proposiciones de la oligarquía porteña y de la Corte Imperial. Cualquier amo
antes que los "anarquistas" de Artigas.
Buenos Aires está dispuesto a
entregar la provincia. El procerato montevideano a vender su alma, para salvar
bienes y tranquilidad, al diablo. Pero no es sólo en la ciudad donde la
conspiración se incuba. También los jefes militares participan en ella.
Portugal, que ha esperado su hora, recoge, entre bendiciones, los frutos de
esta doble y además estúpida traición.
Y son muchos los grandes hombres de
nuestra historia, esos que hoy llenan el nomenclator de la ciudad, los que
aparecen confundidos entre las sombras de la gran conjura.
En 1816, ya
con la invasión en marcha, se produce la asonada del 3 de septiembre y el
arresto de don Miguel Barreiro. Al frente de ella están, entre otros, Juan Ma.
Pérez y Lucas Obes.
Pocos
meses después, Juan J. Durán y Juan Francisco Giró delegados del Cabildo de
Montevideo, ofrecen en bandeja la provincia oriental al gobierno de
Pueyrredón, más que cómplice, fautor de la invasión. De ese Cabildo forman
parte Juan de Medina, Felipe García, Agustín Estrada. Joaquín Suárez, que luego
rescatará con dignidad este error o falta, Santiago Sierra, Lorenzo J. Pérez,
Jerónimo Bianqui. Artigas rechaza la entrega y contesta a los diputados Durán y
Giró, desde el Campo Volante de Santa Ana, el 26 de diciembre de 1816:
"Por precisos que fuesen los momentos del conflicto, por plenos que hayan
sido los poderes que V. S. revestía en su diputación, nunca debieron creerse
bastantes a sellar los intereses de tantos pueblos sin su expreso
consentimiento. Yo mismo no bastaría á realizarlos sin este requisito, ¿y V.
S. Con mano serena ha firmado el acta publicada por ese gobierno en 8 del
presente? Es preciso ó suponer a V. S. estranjero en la historia de nuestros
sucesos, o creerlo menos interesado en conservar lo sagrado de nuestros
derechos, para suscribirse á unos pactos, que envilecen el mérito de nuestra
justicia, y cubren de ignominia la sangre de sus defensores".
"El
jefe de los orientales ha manifestado en todos tiempos que ama demasiado su
patria, para sacrificar este rico patrimonio de los orientales al bajo precio
de la necesidad. Por fortuna la presente no es tan estrema que pueda ligarnos a
un tal compromiso. Tenga V. S. la bondad de repetirlo en mi nombre a ese
gobierno y asegurarle mi poca satisfacción en la liberalidad de sus ideas con
la mezquindad de sus sentimientos."
"En
consecuencia V. S. ha cesado de su comisión, y si le place puede retirarse á
Montevideo, allí podrán efectuarse las justificaciones competentes, y ojalá
que los resultados de su comisión condigan a los de su conocida honradez."
En mayo del
17, los jefes y oficiales de las fuerzas sitiadoras de Montevideo, se
pronuncian contra Rivera y exigen que el mando sea conferido a Thomas García
de Zúñiga.
Algo más
tarde Bauzá; entre cuyos oficiales se cuenta Oribe, abandona el sitio y se va
con armas y bagajes previo acuerdo con Lecor, a Buenos Aires.
Después
de la derrota de Tacuarembó, cuando Artigas marcha a las provincias argentinas
que aún le son fieles, en busca de refuerzos, Rivera desacata las órdenes de
su jefe y licencia sus tropas, deserta y se rinde a los portugueses. El propio
Eduardo Acevedo, acota al comentar la lucha con Ramírez: "Fue vencido pues
Artigas, gracias a la escuadra, a las armas y a los soldados que el gobierno
de Buenos Aires había puesto a la disposición de Ramirez en virtud de los
convenios secretos del Pilar. Y fue vencido también, porque las divisiones
orientales que habían escapado del desastre de Tacuarembó, en vez de cruzar el
Uruguay, desacataron sus órdenes para entrar en transacciones con Lecor. Si
esas fuerzas lo hubieran acompañado a Corrientes, es probable que la suerte de
las armas le hubiese sido favorable y entonces las Provincias Unidas habrían
decretado la guerra al Brasil, como complemento obligado del derrumbe de las
autoridades que habían pactado la conquista de la Banda Oriental. De aquí
seguramente la amarga reconvención que el coronel
Cáceres pone en boca de Artigas: "que Rivera tenía la culpa del triunfo de
los portugueses”
Mientras
los soldados de Artigas mueren en al los combates que se
inician en Santa Ana y se cierran en Tacuarembó; mientras los jefes planean
pronunciamientos o desertan, el, Cabildo de
Montevideo, eximio representante de la contrarrevolución
y -¿por qué no?- de la antipatria, se avillana en zalemas y genuflexiones ante
el invasor. Lo recibe bajo palio y aprovecha la protección de las armas
"portuguesas para denostar a Artigas. El 23 de enero de 1817, seis días
después de la entrada de Lecor, el Cabildo declara por boca de su síndico, que
"debe tener en vista el comprometimiento general de este vecindario con
las tropas de Artigas, con Buenos Aires y principalmente con los españoles; y
que S. E. debe entrever que en manos de cualquiera de éstos que el pueblo
desgraciadamente cayera, sería una víctima infeliz de la venganza y llegarían
al colmo de sus desdichas. Que a él le parecía que al Cabildo representante de
los pueblos, tocaba agitar su engrandecimiento y que no había otro medio que el
que pasaba a proponer, cual es (previa la debida licencia del señor Capitán de
la Provincia) hacer una diputación a su Majestad Fidelísima el Rey nuestro señor,
impetrándole su protección y suplicándole que tuviera la dignación de
incorporar este territorio a los dominios de su corona". Firman el acta
los cabildantes, Juan de Medina, Felipe García, Agustín Estrada, Lorenzo J.
Pérez, Gerónimo Pio Bianqui y el secretario Francisco Solano Antuña.
A
poco, el Cabildo designa a Larrañaga y a Bianqui diputados
ante el rey don Juan VI, para reclamar y concertar la incorporación.
"Solicitarán - dicen las instrucciones - con el mayor
empeño que S. M. se digne incorporar a sus dominios del Brasil este territorio
de la Banda Oriental del Río de la Plata". Estas instrucciones, además de
los anteriores cabildantes, las firman el alcalde de 1er. voto don Juan José
Duran y el Defensor de Menores don Juan Fco.Giró, los mismos personajes que un año antes
habían ido a entregarle la provincia a Pueyrredón.
La traición iba a
consumarse. En tanto Artigas se hunde para siempre en el
Paraguay, Canelones, Maldonado y San José también se declaran incorporados
a la corona de Portugal y en 1821 se reune el.Congreso Cisplatino. Forman parte
de él los cabildantes de antes, los desertores de antes y el 18 de julio de
1821, reténgase la fecha, después de sesudos discursos de Bianqui, Llambí y
Larrañaga, se vota por aclamación la incorporación a Portugal. "De este
modo, acertó a decir, Bianqui, se libra a la Provincia de la más funesta de
todas las esclavitudes que es la de la anarquía. Viviremos en orden bajo un
poder respetable; seguirá nuestro comercio sostenido por los progresos de la
pastura; los hacendados recogerán el fruto de los trabajos emprendidos en sus haciendas, para repararse de los
pasados quebrantos y los hombres díscolos que se preparan a utilizar, el
desorden y satisfacer sus resentimientos en la sangre de sus compatriotas se
aplicarán al trabajo o tendrán que sufrir el rigor de las leyes; y en cualquier
caso que prepare el tiempo, o el torrente irresistible de los sucesos, se
hallará la provincia rica, despoblada y en estado de sostener el orden que es
la base de la felicidad pública. De hecho nuestro país
está en poder de las tropas
portuguesas”.
Deben
repetirse los nombres de los que votaron esa incorporación tanto más cuanto
que un sospechoso y en el caso también piadoso, olvido, ha disimulado o
disminuído la tremenda culpa.
Son éstos:
Juan José Durán, Damaso A. Larrañaga, Thomas García de Zúñiga, Fructuoso
Rivera, Loreto de Gomensoro, José Vicente Gallegos, Manuel Lago, Luis Pérez,
Mateo Visillac, José de Alagón, Gerónirno Pío Bianqui, Romualdo Ximeno,
Alejandro Chucarro, Manuel Antonio Sylba, Salvador García, Francisco Llambí.
Así cerró el
drama. El drama de un hombre solo y de su auténtico e inmaduro pueblo, que va
de pelea en pelea, mientras la intriga de los de afuera, unida a la fuerza, y
la traición y la flaqueza de los de adentro lo empujan a la muerte. Treintá años más había de vivir
Artigas, en su largo viaje, sin quejas, al fondo de la noche. Treinta años de
una grandeza impar. La calumnia no respetó su callada y, sin duda, angustiosa soledad. .
Después
vino tardíamente la hora de la reparación y en ella todas las voces
confluyeron para ofrecemos la imagen depurada e ideal de un jefe, sin sangre,
sin huesos y sin barro, de un tutelar patriarca colocado más allá del bien y
del mal, del error y de la injusticia. Depurada imagen, vacía de vida.
Depurada imagen que pertenece a la hagiografía.
Y
bien, hay que rescatar hoy y siempre al auténtico Artigas, de la doble
conspiración que es una sola: la de la calumnia y la del incienso. En lo más
hondo de la tierra las dos corrientes que chocaron en un terrible remolino
durante los años de la patria vieja, continúan su curso. El personaje tiene un
inaudito valor humano pero además es la encarnación de la esperanza y el
destino nacionales. Fue el suyo el drama de la soledad, que soportó, como héroe
alguno fue capaz de soportar. Maestro así de vida, porque todas nuestras
desazones e infortunio son ridículos y mezquinos frente a cuanto él, en obstinado
silencio, padeció.
Encarnó la
orientalidad. Mientras aliente un oriental, Artigas vivirá. Pero fue también y
sobre todo, el heraldo y. profeta de la revolución nacional, esa que aún
espera el llamado de los tiempos para realizarse. Por serlo, los hombres de
"orden", lo acosaron, lo traicionaron, lo calumniaron. Antes que los
"anarquistas" de Artigas, la intervención extranjera. Antes que la
revolución de esos "anarquistas" se propagara, la entrega al enemigo
secular, preparada "inteligentemente", con gran abundancia de
palabras, por los doctores de chistera y levita, genuflexos y cobardes,
pedantes y miopes.
Ahora
como ayer, ha de volverse hacia el Artigas auténtico - sangre, nervios,
huesos, barro - para reiniciar la. marcha y lanzarse al combate, contra los
herederos del alma de aquellos que consumaron la gran traición, esa gran
traición todavía victoriosa, que recurre a los mismos métodos, las mismas
prácticas, los mismos argumentos y los mismos apoyos - cambian sólo las
denominaciones - para derrotar otra vez al artiguismo.
Carlos Quijano MARCHA, 19
de mayo de 1961.