LA GRAN AVENTURA

 

 

El pasado es uno, el porvenir múltiple. El pasado pertenece a la memoria, el porvenir a la imaginación y la voluntad, enseña Pierre Massé.

 

En esta búsqueda a tientas del Uruguay futuro, de un Uruguay futuro, dentro de los muchos  que pueden estamos reservados, poco confiamos en nuestra imaginación, algo más en nuestra voluntad.

La vida es siempre una aventura. Una grande o una pequeña aventura, donde la previsión no  puede iluminar todas las zonas y el azar nos espera, agazapado, en cada recodo. Pero la grandeza del hombre está en desafiar a lo desconocido, en tener la osadía de prever y errar, en construir castillos sobre playas ignoradas, y acaso inexistentes, expuesto a que vientos y mares se lleven, en horas o minutos, el esfuerzo de la vida entera. Y también lo está en que la obra no rompa amarras con la realidad. Dominar y obedecer son hermanos siameses. Para dominar a la naturaleza -ya ha sido dicho- hay que obedecerla. Un Uruguay futuro debe ser un Uruguay posible; un Uruguay probable; y un Uruguay mejor. Prever no es entonces, resignarse. Prever es actuar, para modificar el curso ciego de los hechos. Adelantarse a estos para evitarlos, cuan­do corresponda y provocar su nacimiento cuan­do se ajusten a los fines que nos hemos trazado. El arte de la guerra consiste no sólo en determi­nar los propios objetivos y movimientos, sino también en "calcular", los objetivos y movi­mientos del adversario. Y la vida -la vida de un país con más razón- es guerra. Un juego contra adversarios múltiples. El ajedrecista inclinado sobre el tablero, está obligado a proyectar e imaginar tanto sus desplazamientos, como los del contrario.

 

Empecemos por algunas comprobaciones de carácter general.

 

1. La población activa ocupada en el sector  primario -el de las producciones básicas, agri­cultura y ganadería- tiene una tendencia cons­tante a disminuir. El hecho nacional se ajusta a la evolución universal. ¿Por qué esta generaliza­ción del fenómeno.

Las causas pueden ser diversas o con más exactitud las mismas causas pueden tener, se­gún las latitudes, mayor o menor incidencia. Ca­be pensar, no obstante, que algunas causas predominan: la mecanización de las tareas del agro; el aumento de la productividad en ese sector que en buena parte deriva de la dicha mecanización; y la particular estabilidad relativa de la demanda de productos alimenticios. Y aún puede agregar­se, que "la población agrícola es, en número re­lativo, inversamente proporcional al grado de la técnica alcanzado" por un grupo social. A ma­yor desarrollo técnico general, menor población agrícola desocupada.

 

2. También y aunque parezca sorprendente, la población activa ocupada en el sector secun­dario tiende a disminuir, a estabilizarse o a au­mentar menos que en el sector de los servicios. Fundamentalmente por el prodigioso desarrollo de la tecnología. Los países más adelantados han llegado o están por llegar al punto óptimo de ocupación en la actividad industrial. La "au­tomación" libera, día a día, nuevos contin­gentes de hombres. Y no ha liberado más por las fabulosas inversiones que exige y por temor, confeso o no, a un desequilibrio capaz de pro­vocar un estallido social. Los robots ocuparán nuestros puestos-ya empiezan a ocuparlos- en la sociedad futura. La cibernética proveerá a nuestras necesidades y nos ahorrará todos los cálculos. Una sociedad deshumanizada y regida por máquinas asoma en el horizonte.

 

3. La población activa destinada al sector terciario, aumenta en términos absolutos y so­bre todo en términos relativos. Hacia 1939, en Suiza, por ejemplo, para citar la evolución de un país cuya población total es poco más del doble de la nuestra, el sector primario ocupaba el 21 por ciento de la población activa, el sec­tor secundario el 44 por ciento y el terciario, el 35 por ciento. En 1964, las cifras eran estas: 9 por ciento en el sector primario; 51 por ciento en el secundario; 40 por ciento en el terciario. El aumento, en cifras relativas de los últimos había sido paralelo; pero ya aparecía una pro­gresiva disminución del crecimiento en el sector secundario.

4. Otra tendencia, se dibuja en el sector se­cundario de los países más evolucionados. Ma­yor producción de bienes de capital o de bienes de equipo que de bienes de consumo. En otros

términos, desarrollo más acelerado de la indus­tria pesada que de la industria liviana. Más má­quinas que producen otras máquinas. Menos máquinas y menos ocupados en producir ali­mentos y vestidos.

 

5. El crecimiento del sector terciario y la dis­minución de los intermediarios en el comercio, corren paralelamente. Menos intermediarios y más servicios. El supermercado suplanta al pro­veedor individual. El comercio al por menor es­tá en vías de reducción y en ciertos rubros, ca­mino de desaparecer. La intermediación se con­centra. Las sucursales de las grandes empresas, desplazan a los pequeños comerciantes.

 

6. Una redistribución empírica del ingreso, por la acción de los sindicatos, el ascenso de las.

grandes masas necesitadas, la basta difusión de ciertas formas de civilización y el peso del Esta­do, también se ha producido. La parte del tra­bajo -en términos relativos- ha aumentado. Absorbe un mayor porcentaje de la renta nacio­nal. En Suiza, para recurrir al mismo ejemplo, la renta del trabajo representó en 1939, el 49 por ciento de la renta nacional, frente al 30 por cien­to de la renta del capital y al 21 por ciento de la que correspondía al comercio. En 1964, las pro­porciones fueron las siguientes: renta del traba­jo, 63 por ciento, renta del capital 20 por cien­to; renta del comercio 17 por ciento.

 

He ahí algunas de las tendencias de la econo­mía en los países desarrollados de nuestro tiempo. No son, no pueden ser exactamente, las de un país subdesarrollado. Dos precisiones deben hacerse, no obstante.

a) Lo ajeno no es totalmente ajeno. Debe servirnos, por lo menos, de enseñanza para ajus­tarlo a nuestra realidad.

b) Con menor intensidad y aun con otras ca­racterísticas y repercusiones, alguna o algunas de las tendencias señaladas, pueden observarse en nuestra evolución.

La disminución -ya antes fue señalado-­ de la población ocupada en el sector primario. Por la concentración de la tierra, la mecaniza­ción de las tareas, la alta productividad de las exportaciones y también el mayor aunque muy modesto, avance en el campo industrial.

 

- El crecimiento, hasta la hipertrofia, del sec­tor terciario. Hemos referido otras veces, mu­chas, a este fenómeno. Ese crecimiento no es, según creemos, exactamente comparable con el de otros países desarrollados. En estos últimos puede considerarse ese crecimiento, y no son pocos los autores que así lo consideran, como un signo de progreso. Juicio semejante no pue­de extenderse a nuestro caso. En aquellos países, el aumento del sector terciario es una conse­cuencia de la mecanización de la agricultura y de la revolución tecnológica en la industria. En­tre nosotros, si bien puede influir lo primero, le­jos estamos de lo segundo. La ganadería pres­cinde de los hombres, elimina trabajadores y la industria no puede absorberlos, por carencia de mercados y de capitales.

 

- El aumento del sector terciario significa, en nuestras tierras, aumento de la burocracia y la intermediación. Más empleos públicos, más in­termediarios "improductivos", más dilatado proceso, a causa de nuevas etapas, entre la pro­ducción y el consumo. Los supermercados se le­vantan; pero los comerciantes minoristas de barrio no parecen haber disminuido. Bares, almacenes, verdulerías, carnicerías, lecherías, mantienen sus posiciones. Algunos ganan su pan con mayores dificultades; otros, por razón de ubicación y a virtud de la escasez, los precios ta­rifados y los regímenes de cuota autoritariamen­te impuestos, deben obtener mayores beneficios.

 

- No existe, por cierto, una saturación del sector secundario. Mucho menos un acrecimien­to de la industria de bienes de equipo y un des­censo relativo o absoluto de la industria de bie­nes de consumo. Por razones obvias: falta de capitales, ausencia de técnica y tradición, limi­tación del mercado.

 

- Carecemos de elementos estadísticos que permitan comprobar o demostrar que en el cur­so de los últimos veinticinco años, la parte del trabajo en la renta nacional, ha aumentado más que la del capital o la del comercio intermedia­rio. Sobre la base de los muy deficientes datos utilizables, podría no obstante, admitirse que no hemos escapado, con retrocesos y pausas, a la tendencia general. El fortalecimiento de las organizaciones sindicales, los convenios colecti­vos de trabajo y la propia ley de Consejo de Sa­larios, le confieren mayor certeza a la suposi­ción. Pero queda por verse si los innegables aumentos nominales, corrésponden a un aumen­to real del poder adquisitivo.

 

La observación directa de los fenómenos na­cionales y la evolución de los fenómenos ajenos, llevan a algunas previsiones y conclusiones pri­marias.

 

- No parece posible detener la reducción constante, paulatina o acelerada, de la pobla­ción ocupada en el sector primario. Ni posible, ni probable. La mecanización del campo y los adelantos tecnológicos, pueden en una etapa transitoria quizás, exigir más hombres que aho­ra. En el largo plazo no requerirán más y segura­mente requerirán menos.

 

- El sector terciario tendrá que absorber bue­na o gran parte de los desplazados del sector, primario o de aquellos que en él no puedan en­contrar ocupación. Pero un sector terciario de extendida población, no puede vivir si no repo­sa sobre un sector primario y un sector secunda­rio, sólidos. Dentro de ese sector terciario, por otra parte, la concentración de la intermedia­ción será inevitable. El pequeño comerciante se proletarizará. Perderá su autonomía en aras de una precaria seguridad, arrastrado por una ola in­contenible.

 

- Si el sector primario tiende a reducir el em­pleo de mano de obra y el terciario, sin perjui­cio de su propio crecimiento, a concentrar la di­rección en pocas manos y a suprimir la libre intermediación, deberá ser entonces el sector se­cundario el que ofrezca las nuevas oportunida­des. Históricamente, estamos en la etapa de esa posible evolución. Pero es necesario compren­der cabalmente que toda nuestra economía es y lo será por muchos años, una economía de ex­portación. En el sector primario, en el secunda­rio y también en el terciario. Producir más car­ne, más lana, más trigo, requiere conquistar nuevos mercados. Producir más tejidos o más zapatos, reclama también que tengamos acceso a otros mercados. Producir más servicios -segu­ros, bancos, fletes y por supuesto turismo- exi­ge nuevos consumos que se agreguen en un caso a los propios; en otros, turismo internacional, que se originen en el extranjero.

 

La conquista de nuevos mercados depende de los precios. No venderemos más carne o más tejidos o más fletes, si no organizamos nuestra producción, si no somos capaces de competir en los mercados mundiales.

Nos pasa ya con nuestras producciones pri­marias básicas. No podemos colocar nuestras carnes si otros la ofrecen a precios más bajos.

 

Producir por producir nada significa. Es una proposición, por su vaguedad, carente de senti­do. Hay que producir para vender. Y no se pue­de vender si el producto es caro o malo.

Para producir en condiciones de competen­cia internacional es necesario abatir los costos. Para abatirlos es necesario disponer no sólo de mano de obra hábil -a ciertas producciones muy especiales puede ella bastarle- sino tam­bién de equipos. Esta segunda revolución indus­trial que hoy el mundo vive está destinada a hacer más fácil la vida de muchos; pero también más difícil la de muchos más. A ahondar pro­fundamente el foso que separa a los desarrollados de los subdesarrollados. El equipamiento re­clama cuantiosos capitales, inversiones de una magnitud astronómica a las cuales no pueden hacer frente, ni están, por otra parte, en condi­ciones humanas de hacer frente, los países chi­cos, despoblados, llegados con atraso a la verti­ginosa carrera.

 

El adelanto técnico de nuestro campo, no dará trabajo a más. El imprescindible desarrollo de nuestro sector secundario, no parece en las condiciones presentes, viable. Por falta de sus­tento interno y carencia de capitales.

Tendríamos que dar un salto prodigioso para entrar en carrera. Es inconcebible. Nos falta el  punto de apoyo y no disponemos de los me­dios.

 

Esta es una primera aproximación al proble­ma de nuestro tiempo. Una manera de pensar en voz alta, nuestra angustia colectiva. De formularnos las preguntas que solemos eludir o a las cuales no queremos acercarnos. Vivimos en la interrogación y la duda, aunque no nos lo  confesemos. En un mundo del absurdo, como aquel que obsesionaba a Camus. Un mundo y un tiempo de los cuales está excluida la rebe­lión. Un mundo corroído por el desprecio y el rechazo. Donde la esperanza se llama evasión. Puesto que no podemos rebelamos contra él, lo negamos. Todos. Excepto los que medran, se atiborran de migajas, enarbolan oropeles y se re­signan a "durar".

 

Esta primera y dolorosa aproximación, no desemboca en el nihilismo. Siempre el horizonte está más allá. En un planeta lanzado a la con­quista del espacio, donde las desigualdades de poder son tan inmensas y profundas, los chicos y los débiles, no tienen, si se condenan al aisla­miento, destino. O sólo tienen el destino de las colonias o los apéndices. El deber de las patrias chicas es unirse a otras patrias chicas, para formar la patria grande. Es lo que Artigas avizoró. Por eso está siempre presente. La empresa es vasta, peligrosa y difícil. Pudo ALALC ser el punto de partida de la misma.

Mucho nos tememos que haya sido un frustrado empeño. Pero las mismas frustraciones sirven. De frustraciones están hechos todos los caminos. Y frente a la frustración de los hombres se alza la callada obstinación de la geografía y de la historia, de la vida misma.

 

"Sabíamos que nos aventurábamos -dice Shakespeare a quien recuerda el ya citado Mas­sé- en un mar peligroso y que podía apostarse diez contra uno a que no nos salvaríamos. Sin embargo, nos aventuramos porque el logro espe­rado acallaba el temor del peligro probable".

 

Ha llegado, nos parece, el tiempo de reiniciar la gran aventura negada antaño por la traición.

Estamos embarcados. Bien poco es lo que hay que perder y mucho lo que tenemos el de­ber de ganar.

 

Carlos Quijano                                                                    MARCHA, 17 de septiembre de 1965.