El mundo real y el mundo político.

 

La salud es una pausa entre enfermeda­des. No recordamos si la fórmula fue acu­ñada por el Dr. Knock; pero bien podría pertenecerle a quien afirmaba que un hombre sano es un enfermo que se ignora.

La situación del Uruguay no puede suscitar dudas. Es un enfermo sin pausas, que quiere olvidarlo y pretende engañarse. Y un viejo enfermo. En algún lejano tiempo tuvo salud. Después la perdió y con el andar de los años en lugar de mejorar, empeora.

 

1. El producto bruto interno está en descen­so. Producimos menos en términos absolutos o, a pesar del lento crecimiento de nuestra pobla­ción, producimos menos per cápita.          ­

2. El costo de la vida tiene un aumento ace­lerado y constante. Desciende el poder adquisi­tivo interno de nuestra moneda; desciende el va­lor externo de la misma. Es decir, vivimos en y gracias a una inflación incontenible que ha he­cho saltar todos los frenos.

3. El déficit presupuestal nos acompaña co­mo una sombra. Una sombra que se agiganta sin cesar. Y es "un déficit que no tiene su origen en inversiones reproductivas, sino un déficit provocado por las necesidades, siempre tardía y mala­mente atendidas, de los funcionarios y la hin­chazón del aparato burocrático.

4. El déficit de la balanza comercial es otro fiel compañero. Muy de tanto en tanto, como el año pasado, al amparo de circunstancias excepcionales y por lo mismo transitorias, logramos un pasajero respiro: pero la tendencia que se desarrolla a través del largo período es inequívo­ca: aunque importamos menos, mucho menos de cuanto necesitamos,- equipos y materias pri­mas -  no podemos pagarlo. No es  tendencial­mente el nuestro un déficit por exceso de impor­taciones. Lo es por estancamiento o retroceso de las exportaciones. .

5. El déficit de la balanza comercial provoca el déficit de la balanza de pagos, que hemos creído soslayar con los movimientos de capita­les a corto o largo plazo y las miríficas entradas del turismo. Los capitales a corto plazo, llega­dos en alguna especial coyuntura internacional política y económica, se han ido y se van. Sobre ellos en época de inflación, nada puede cons­truirse.

Los capitales a largo plazo, crean nuevos dé­bitos en el futuro, o sea nuevas cargas y nuevos desequilibrios en la balanza de pagos a más de comprometer nuestra precaria independencia.

6. El endeudamiento exterior, fórmula sim­ple y suicida para resolver un desequilibrio esen­cial, ha aumentado y aumenta, al punto de que no podemos cumplir las obligaciones que nos impone, obligaciones que asumimos con ligere­za al contraer los préstamos, que volvimos a asumir con ligereza - es lo menos que puede de­cirse - al refinanciar, una, dos, tres veces, esos préstamos.

7. Las reservas oro se han esfumado. Hoy, nuestros compromisos con el exterior son supe­riores a esas reservas. Como en el caso de la ba­lanza comercial, alguna mejoría transitoria, no modifica la característica del proceso. .

8. La población tiene una tasa de crecimien­to muy baja. Por disminución de la tasa de na­talidad y no obstante, el descenso de la tasa de mortalidad. Pero además, porque Uruguay, ori­ginaria y naturalmente, país de inmigración, se ha convertido en país de emigración. Uno se divide en dos dicen los dialécticos chinos. Ese lento crecimiento de la población, característica de los países viejos, ha ocultado o disimulado, el mal que nos corroe, ha demorado el estallido, ha permitido que el desequilibrio no se mostra­ra en toda su desnudez; pero paralelamente nos ha privado de energías y estímulos; Uruguay es un país viejo, insular y tangencial. Cristalizado. Un "oasis", aunque parezca paradójico, por esterilidad. Un "oasis" en una frágil vitrina.

9. Los stocks pecuarios son, con muy ligeras variantes los mismos de siempre. Los equipos industriales son, o claramente vetustos y por consiguiente ineficaces o, en el mejor de los casos, obsoletos y también, entonces ineficaces. Tanto más ineficaces cuanto que la revolución tecnológica en los demás, con los cuales debe­mos competir, marcha a un ritmo vertiginoso.

10. El sector terciario tiene en el Uruguay una magnitud semejante o superior a la de mu­chos países desarrollados. Somos un país de intermediarios. En los meandros del aparato co­mercial y del bancario o del Estado, en cuanto es burocracia infecunda y papelera, queda la mayor parte de los valores producidos. Somos un país con predominio de los estamentos para­sitarios. Con los actuales tipos de interés bancario, por ejemplo, ninguna actividad legítima puede prosperar.

11. A la intermediación se agrega la pasividad. Otro monstruoso aparato que es una caricatura de seguro social, se lleva una buena taja­da más de la producción, para distribuirla mal, entre una masa en ininterrumpido ascenso, donde se codean los jóvenes con los viejos, los to­davía aptos con los ineptos, los privilegios de algunos con las magras raciones de los más. Monstruoso aparato por otra parte, que autori­za la coexistencia de la pasividad y el trabajo, y da así nuevos estímulos a la desocupación.

 

Estos y otros son los rasgos característicos de la situación uruguaya. El país produce poco - es decir menos de lo necesario - y mal y está aplastado por la intermediación y el parasitis­mo. Ha podido "durar", gracias a la inflación, a la limosna que viene del extranjero y a su "malthusianismo". En tiempos prodigiosamente di­námicos, es una insólita isla estática, que ignora y teme las mudanzas.

Mientras la inflación y la limosna, de consu­no con el "malthusianismo", le permitan resol­ver las. dificultades del día, mientras así pueda "durar", el país no se evadirá de su agujero. Por el contrario lo irá haciendo más hondo. Y ten­drá, una política que se compadezca con esa pu­silánime resignación o con el escepticismo que la sustituye. Ese escepticismo criollo que empie­za por desconfiar del propio esfuerzo. El juego a ras del suelo de los lemas, los sub lemas, los distintivos y los números; las reformas de super­ficie que permiten engolar la voz, enhebrar so­noras palabras, son una forma de "escapismo" y a nada comprometen; las luchas convertidas en verdaderos pugilatos entre aspirantes; los partidos que se llaman tales y no existen; la vaciedad de las propagandas; la ausencia total de realismo, de planteos y  de ideas en los supuestos programas; la profusa y casuística legislación electoral y la abundancia ingeniosa de fórmulas para conquistar y sumar votos y repartirse los puestos.           .

 

Es preciso, reconocerlo. No existe oposición entre las grandes masas y los cuadros dirigentes.

Hay en cierto sentido, una simbiosis, una aso­ciación en la cual los simbiontes, sacan o creen sacar provecho de la vida en común.

 

Oposición sí existe y es cada vez más aguda entre los hechos y los hombres, entre los hechos y los cuadros que asumen la representación y cuentan con el apoyo u aquiescencia o la tole­rancia de esos hombres. 

 

Los hechos ignorados, olvidados, negados, constituyen el país real. No necesitan que se les recuerde para existir; pero no pesarán en el tra­jín cotidiano de la política; mientras de ellos, los hombres que los engendran y los padecen, no adquieran conciencia. A la verdad hay que ayudarla a abrirse camino. Puede que esa con­ciencia llegue porque los ojos y los entendi­mientos se abran voluntariamente. Puede tam­bién que llegue porque un día los escarnecidos hechos irrumpan en forma inesperada y brutal.

 

Algunos indicios, no obstante, asoman. Por­que parece evidente que otra vez los partidos políticos podrán eludir el desafío; porque pare­ce evidente que de nuevo, los partidos, sobre to­do los grandes, lograrán que el 27 de noviembre sea olvidado y pospuesto lo que cuenta; porque parece evidente que esos grandes partidos y sus capitostes se dividirán el poder para después; como acontece desde antiguo, no sepan lo que hacer con él. Pero, nunca elección alguna ha es­tado marcada de manera tan visible por la indi­ferencia y el desconcierto. Esta desconfianza subyacente puede ser el comienzo de la sabidu­ría.

Las gentes empiezan a sospechar que el rito no se aviene con la vida. Que el espíritu abando­nó a la iglesia, los oficiantes repiten por rutina y los males no se curan con exorcismo y ensal­mos.

 

Esto le da a los días que nos separan de las elecciones un tinte histórico peculiar. Gane quien gane - algunos lo saben, muchos lo intu­yen - todo seguirá igual o marchará peor. El curso de los hechos será el mismo. Más allá del horizonte o la meta prefijados, se acumulan las grandes interrogante s que pesan sobre nuestro destino. Más allá. Y ora sea el triunfo de la sub fracción O de la fracción X del lema Z, ora de la sub fracción B de la fracción J del lema H; ora aquellos partidos mantengan sus posiciones, ora acrezcan sus conquistas; ora se hagan dueños de un lema éstos o los otros, dichas grandes inte­rrogantes no se conmoverán.

 

¿Necesarias son las elecciones? Reconozcá­moslo; pero precisamente por esa necesidad hoy y aquí, admitamos también que no podemos continuar dedicados a la tarea de jugar a ellas o con ellas. O las elecciones son tales, es decir nos abren las opciones que tenemos planteadas o son un simple remedo, una fachada y un pretex­to, en cuyo caso es preferible no pensar en lo que nos aguarda. Tres clases de secretos tengo, decía cierto pretendido personaje a un su inter­locutor de confianza: los que comparto con Ud.  y sólo con Ud.; los que reservo para mí; aque­llos “problemas del futuro que no pienso hasta sus últimos límites".

 

Sigamos pues, por ahora, ocupados en dis­cutir el sexo de los ángeles - como hoy lo re­cuerda en páginas centrales, Jacques Rueff al referir a otros fenómenos que aunque nos ata­ñen nos damos el lujo de ignorar - pero no ol­videmos, ¡por favor! que el mal ya se introdujo en la plaza. Que la peste lame nuestros muros.

 

Carlos Quijano                                                                                                MARCHA, 14 de octubre de 1966.

 

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