PIZZICANDO LA
MANDOLA
El 31 de diciembre de 1953 (MARCHA. No. 703),
frente al año electoral que comenzaba, escribíamos: “Mirando hacia la política,
¿es aventurado decir, puesto ya el pie en el estribo, que el signo de nuestro
tiempo es la persistencia de los ritos y la desaparición de la fe?”.
¿Qué nos han aportado los diez meses
transcurridos? ¿Cuáles son las perspectivas de la lucha electoral a punto de
definirse? ¿Qué características presenta la situación política?
Responder a estas y otras preguntas conexas,
puede exigirnos más de un artículo. Al escribirlos, queremos también contestar
a los lectores que, sobre todo en estas últimas semanas, han tenido la
generosidad de confiarnos sus inquietudes. Vamos todos llevados por la marea.
Tratemos, mientras manoteamos o nos dejamos estar en la cumbre de la ola, de adquirir
conciencia de lo que ocurre, de tornar
inteligible lo que a primera vista no lo parece.
* * *
1. Los grandes partidos se unifican mientras
se dividen. Ya señalamos en el citado artículo esta paradoja. El tiempo pasado
desde que lo escribimos, ha acentuado el fenómeno. La unificación del Partido
Colorado se hace en torno al batllismo, mientras éste se escinde. El llamado
coloradismo independiente, que tuvo más de cien mil votos en la última
elección, desaparecerá en ésta. Parte de él, esencialmente, votará con una de
las listas batllistas. Otra parte, confundirá sus sufragios con los de la otra
lista batllista.
El batllismo es hoy el coloradismo, con
algunos pocos dispersos o renuentes que tal vez se abstengan, que no han encontrado
aún su camino o que marchan tras la candidatura, sin posibilidades, del Sr.
Charlone.
Y este fenómeno de absorción del coloradismo
por el batllismo o de confusión de coloradismo y batllismo, se produce cuando
este último está sacudido por una honda crisis interna.
Algo muy semejante ocurre en el nacionalismo.
El proceso no es, en las formas, igual; pero lo es, sí, en la sustancia.
Cuando el herrerismo, poseedor del lema
Partido Nacional se divide, una fracción de los independientes se acoge a ese
lema. El herrerismo, mayoría abrumadora dentro del nacionalismo en las
elecciones anteriores, tiende también a absorber el nacionalismo.
Quedan para combatirlo desde fuera, los
contingentes — no es aventurado suponer que serán muy escasos —, del todavía
llamado nacionalismo independiente.
Como en el caso del batllismo, la unión se
realiza mientras la división se apodera del dueño del lema. Se pelean adentro,
los de adentro.
Retornan los que estaban afuera.
2. Inglaterra, se ha dicho, es una democracia
dirigida por una oligarquía. Empleamos esta palabra en su cabal sentido que
nada tiene de peyorativo: “Gobierno de pocos; gobierno en el cual el poder
supremo es ejercido por un reducido grupo de personas que pertenecen a una
misma clase social”.
En algo puede parecer el pequeño Uruguay a la
Inglaterra imperialista. El poder supremo es aquí, y de antiguo, patrimonio de
unos pocos; digamos mejor de unas pocas familias. El herrerismo es Herrera. El
nacionalismo es o está dirigido por Herrera y por los miembros de unas pocas
familias que desde antiguo han dado hombres dedicados a la función pública.
En la dirección del batllismo continúan los
Sres. Batlle. Y en el coloradismo, que ha venido a confundirse con el
batllismo, apenas si asoma la intervención o la influencia de algunos herederos
o representantes de otras familias que también han actuado desde hace años en
la vida política del país.
En 1954, el país tendrá que elegir entre los
señores Batlle Pacheco y el Sr. Batlle Berres, nietos de un presidente, hijos y
sobrino de otro presidente. O tendrá que elegir, como desde hace treinta años,
entre el Sr. Herrera y el Sr. Ramírez o el Sr. Rodríguez Larreta. Apenas si el
llamado Movimiento Popular Nacionalista lanza a la circulación algunos nombres
que no tienen troquel de la tradición familiar.
Esta
persistencia de ciertos grupos familiares en la dirección de la cosa pública,
es un hecho que no puede despreciarse. Demostraría, por un lado, el innato
fondo conservador del país. De muestra, también, así lo creemos y así lo
decimos, que las citadas y reducidas oligarquías pueden dar a través de los
años y las generaciones, hombres representativos, con vocación de gobernar. Si
los herederos no fueran capaces de continuar la obra de sus mayores, sin duda
hubieran sido barridos por otros aspirantes. Y aquí, como Inglaterra, el
ejercicio de la herencia se ha convertido en un factor de estabilidad. No debe
haber en todo el continente latinoamericano, ejemplo semejante al nuestro. El
de una oligarquía familiar lo suficientemente flexible, para ajustar la
vocación que le viene del pasado, que lleva en la sangre y en el nombre, a las
necesidades mudables de los tiempos. Factor de estabilidad; pero también factor
de conservación. ¿Los países que no tienen aristocracias - Tarde dixit - se las
crean?
3.
Cobra el hecho precedentemente anotado más significación, cuando se le examina
a la luz de otras realidades. No conocemos ningún país, donde los órganos de
prensa sean de un modo tan definido como entre nosotros, órganos de partido y
dentro de éstos, órganos de fracción y en definitiva, órganos de los distintos
componentes de la oligarquía familiar, cuyos merecimientos no hay que ocultar
pero cuyas limitaciones son inevitables Anverso y reverso de una misma medalla.
Es singular, si se quiere; pero así ocurre; en el Uruguay - excluyamos por razones obvias a MARCHA
- todo órgano de prensa responde de
manera directa a una fuerza política. ¿Es necesario demostrarlo? Algunas
precisiones, no obstante, se imponen.
-
“The Times”, en Inglaterra, puede navegar en las aguas del Partido Conservador;
“Le Figaro”, de Paris, se inclina a las derechas; “The New York Times”,
apoya a los republicanos; “La Prensa”
de antes, en la Argentina, no era irigoyenista. Los ejemplos podrían continuar
y aún traer a. colación el de aquellos periódicos, por regla general de
izquierda, que en otros países son inequívocamente partidarios:
“Le Peuple”, de Bélgica, “The Daily Herald”
de Inglaterra; “Le Populaire” o “L’Humanite”, en Francia.
Pero
aquí, en el Uruguay, el fenómeno presenta aristas más rígidas. Las definiciones
son más tajantes. Cada periódico pertenece a una fracción. Ocurre en los
diarios; llega a los semanarios. Esto infunde cierta aparente unidad a la
prédica; pero es obvio que la unilateraliza y la empequeñece. El diario, el
semanario, el órgano de publicidad vive para el elogio de los que militan en
las filas del grupo o la fracción o el partido; para la diatriba, el olvido, la
ocultación o la tergiversación de cuanto hacen los otros. Todos los problemas se
ven a través de la parcialidad. Oscilamos entre el ditirambo y la sátira. Entre
la epopeya y la burla. Y sabido es - deberíamos saberlo aunque no estamos muy
seguros de ello - que todo es según el
color del cristal con que se mira; que los hechos más simples y aún más limpios
pueden ser interpretados, si así se quiere, torcidamente; que el cristal del
partido, de la fracción o del grupo, impide ver con amplitud nacional, los
problemas nacionales.
Y no está demás recordar que en otras épocas,
los órganos de prensa, en manos muchas veces de las tradicionales oligarquías
familiares, tuvieron en este país la pretensión de ser órganos nacionales no
órganos de fracción. “El Siglo” fue un ejemplo.
En los últimos treinta o cuarenta años, la
“partidización” de la prensa ha saltado todas barreras, eliminado todas las
trabas. Hoy, cualquier suceso tiene una versión distinta, según sea el órgano
que la ofrece. No hay una verdad; hay muchas verdades. Una especie de
calidoscopio con multitud de imágenes que se contraponen y contradicen. El
lector medio, acepta una de esas imágenes o no cree en ninguna.
—Todavía cabe señalar dos hechos que
aparentemente se oponen.
Aquí, la prensa, mucho más que en los países
europeos, es instrumento y factor fundamental de“cultura”.
Se leen pocos libros; se producen,
naturalmente, muchos menos; carecemos de revistas especializadas. Los diarios
opinan, sobre todo: problemas nacionales, internacionales, económicos,
sociales, deportivos. Tenemos una “cultura” media de alfabetos que sólo leen diarios.
Por lo mismo, aquella “partidización” de la prensa a que antes referimos, tiene
más gravedad y trascendencia que en otros lugares.
A ello, sin embargo, se opone otra
circunstancia notoria. Los diarios de mayor tiraje suelen pertenecer a fuerzas
políticas minoritarias. Más tiraje, no proporciona más votos.
¿Hay que citar ejemplos? Todos los conocemos.
Y de ello cabe inferir, mientras análisis más sutiles puedan emprenderse, que
el lector medio presta poca atención a los editoriales y comentarios políticos,
que en el mejor de los casos éstos sólo son gustados por ciertas clases
dirigentes de segunda categoría y que es a través de esas clases que las
oligarquías dueñas de los diarios y dominadoras de los partidos, dirigen a la
gran masa.
La tarea política de juntar votos la cumplen
los caudillos y los caudillitos — especie de intermediarios entre los
dirigentes y la masa — al amparo de los lemas y de los “slogans”, los cuales
“slogans” cuanto más simples son más eficaces.
La prensa no hace a la opinión. Siguen siendo
los partidos, a través de la prensa, quienes la hacen. Los partidos, es decir,
las oligarquías rectoras. Una oligarquía sin prensa puede perder posiciones y
devenir ineficaz. Pero una prensa, sin respaldo partidario, es decir, sin
organización, sin caudillos, sin comités, poco o nada puede hacer
políticamente. En otros términos, y en el ámbito político, los partidos, o sea
las oligarquías, no dependen de la prensa. Esta depende de ellos, que la tienen
a su servicio.
Repetimos. No estamos juzgando. No estamos
haciendo apreciaciones de contenido valorativo. No decimos — muy lejos de ello
— que cuanto ocurre está bien o está mal. Tratamos, simplemente, de ver y
entender. La propensión a analizar suele acarrear disgustos. Pero es una
propensión exigente e irrenunciable, que en ocasiones también sirve de refugio.
Vuelva el violín a su estuche. Trataremos, la
semana que viene, de arrancarle nuevas melodías.
MARCHA,
22 de Octubre de 1954