A
60 días de gobierno progresista
Entre
la ortodoxia económica y la inoperancia populista
No se trata, ciertamente, de propugnar el incumplimiento de las reglas, ni plantear a los desequilibrios macroeconómicos como solución. El punto es determinar qué reglas y qué tipo de equilibrios debe tener la economía en función de un proyecto de desarrollo previamente definido en forma colectiva.
En
el proceso de gobierno se entrelazan tres variables: proyecto de gobierno
(propuesta de objetivos y medios), capacidad de gobierno (técnicas, métodos,
destrezas y habilidades para conducir un proceso) y gobernabilidad (poder
acumulado para realizar el proyecto en el sistema sobre el cual se actúa). Cada
elemento del “triángulo de gobierno” es relativo a los otros, de manera que la
gobernabilidad del sistema es relativa a la capacidad de gobierno y a las
exigencias que plantea el proyecto. Ninguno de los tres conceptos es estático,
de forma que durante el período de gobierno se puede ampliar o reducir la capacidad,
mejorar o empeorar el proyecto, ganar o perder gobernabilidad.
Una limitada capacidad de conducción será una severa restricción cuando se
impulsen planes de transformación social, y su efecto será mucho menor cuando
se intenten proyectos poco renovadores y sólo se aspire a mantener bajo control
la magnitud de los problemas ya existentes.
Se
puede ser gradualista, invocando ese concepto como sinónimo de inmovilismo y,
también, como mecanismo efectivo para darle viabilidad a un proceso de cambios profundos.
La dimensión y precisión del proyecto y la capacidad de los gobernantes
determinarán el significado del gradualismo.
En
el caso del nuevo gobierno el proyecto no se caracteriza por la precisión, por
lo cual es difícil conocer la dimensión de los cambios a que aspira y el nivel
de capacidades que necesitará para llevarlo adelante.
Los
graves problemas del país, en el marco de una crisis estructural de larga data,
requieren de un proyecto y un equipo de gobierno con capacidad para aprovechar
el fracaso de los partidos que aplicaron el modelo neoliberal, provocando un
punto de inflexión al generar una nueva trayectoria económica, social y
política que dé respuesta efectiva a las necesidades y esperanzas de las
grandes mayorías.
La
alianza política gobernante, con mayoría absoluta en el Parlamento, tiene ante
sí una responsabilidad histórica y si no responde a las expectativas creadas,
el propio valor de la actual democracia –como vía para superar los
consustanciales problemas del subdesarrollo, la segmentación social, la pobreza
y la exclusión– quedaría cuestionado por la desesperación o la desilusión sobre
sus posibilidades de transformar la realidad.
El
actual elenco gobernante enfrenta una situación común a todos los gobiernos
impulsores de cambios sociales más o menos profundos en los países
dependientes: la brecha existente entre su capacidad efectiva para gobernar y
la complejidad creciente de sociedades estructuralmente en crisis y
profundamente vulnerables a factores externos fuera de control. La capacidad
real no se corresponde, en general, con la capacidad necesaria para atender
satisfactoriamente las grandes demandas de una sociedad empobrecida.
Ante
esta situación es imprescindible aumentar la capacidad de gobierno, la calidad
y precisión del proyecto, evitando caer en las tres grandes falsificaciones de
la izquierda: el voluntarismo (aquello que “tiene que ser”, por lo que “puede
ser ya”); el revisionismo (que reviste de sabiduría su renuncia a los
verdaderos ideales y erige la necesaria paciencia histórica en abandono
definitivo, proclamando que “lo que no puede ser” es porque “no tiene que
ser”), y el travestismo (que sustituye las auténticas reivindicaciones por
otras más fáciles o que tienen mayor aceptación).(1)
El
desafío es evitar tanto los atajos de la inoperancia populista –que no conducen
a ningún lado– como los desvíos de ruta que propone la ortodoxia económica –que
alejan la posibilidad de cumplir los objetivos históricos de la izquierda
uruguaya.
QUÉ CINTURONES APRETAR. La brecha entre la
capacidad efectiva y la capacidad esperada puede crecer si no se manejan
adecuadamente lo que Carlos Matus(2) llamó “los tres cinturones de gobierno”:
gestión política: legalidad, legitimidad, ética, representatividad, equilibrio
de poderes, descentralización; gestión macroeconómica: manejo de las variables
económicas, entre otras, crecimiento y distribución del ingreso, nivel de
empleo, inflación y tipo de cambio; intercambio de problemas: el saldo del
enfrentamiento de los problemas específicos de mayor valor para la ciudadanía
como la seguridad ciudadana, vivienda decorosa, acceso a la salud y la
educación, servicios básicos (agua, electricidad, teléfono) disponibles y a
tarifas accesibles y, en términos generales, los factores que hacen a la
calidad de vida.
En
los primeros 60 días del nuevo gobierno la agenda ha estado marcada por los
objetivos macroeconómicos, que se han transformado en el fiel de la balanza de
las decisiones de todas las políticas, en la medida que la búsqueda del equilibrio
fiscal (ortodoxia económica) y de cierto nivel de superávit fiscal primario
(exigencia de los acreedores y sus representantes) generan una restricción
presupuestal muy dura que impide atender en tiempo y forma las demandas
sociales e implementar políticas de desarrollo productivo.
El
modelo que impulsa la actual conducción económica es conocido, y sus
fundamentos elementales y sus resultados, históricos y recientes, son
negativos. Se asume como premisa que el crecimiento de un país depende de las
inversiones (lo cual es indiscutible, aunque habría que conocer el tipo y la
calidad de las mismas). Se continúa el argumento afirmando que los inversores
vendrán al país si se cumplen ciertas condiciones imprescindibles: estabilidad
macroeconómica, cumplimiento estricto de las reglas de juego y aval del FMI.
En
ese marco las políticas de conservación de los ajustes fiscales realizados por
los gobiernos anteriores en los salarios de los funcionarios, los gastos de
funcionamiento y las inversiones (recuérdese, entre otros aspectos, la reciente
reducción de los topes de gastos e inversiones por decreto) son fundamentales
para garantizar el pago de los intereses de una deuda (tan “bien negociada y
pagada” que nos “distingue” en el mundo). El atraso cambiario, a su vez,
potencia esta estrategia en el proceso de transformación de los pesos del
superávit fiscal primario a dólares para el pago de las obligaciones de dicha
deuda. El mantenimiento de las actuales reglas económicas y la agenda de
cambios estructurales que impulsan el FMI y el Banco Mundial(3) son, también,
parte de la estrategia. A partir del supuesto de que cualquier modificación de
las reglas establecidas generará incertidumbre entre los potenciales inversores
(para ampliar la capacidad productiva y/o cubrir las necesidades financieras
del Estado), se asumen como mandamientos: Cumplirás los contratos, No tocarás
las AFAP, Reafirmarás el acuerdo de inversiones recíprocas con Estados Unidos,
Asociarás las empresas públicas con capitales extranjeros, Eliminarás los
monopolios públicos, Honrarás la deuda, Ejecutarás a los malos pagadores.
A
veces, sin embargo, el cumplimiento estricto de ciertas reglas puede molestar a
los potenciales inversores. La propia reforma constitucional sobre el agua
queda, entonces, sometida a “interpretación” a pesar de haber sido resuelta en
un acto de democracia directa: ¡es una muy mala señal!
La
idea fuerza central que ordena la “consistencia y coherencia interna” del
equipo económico es tan simple –al igual que cualquier reducción de problemas
complejos a una sola variable– que le permite actuar con premura cuando
cualquier otro integrante del gobierno se va de “línea”: ¡No se hará nada que
pueda afectar la credibilidad del país ante el capital extranjero!
Un
aspecto que daría confianza en la propuesta que se está implementando sería una
explicación acerca de por qué no vinieron los inversores extranjeros(4) en el
período 1990-1998, cuando el país tuvo un fuerte crecimiento del producto,
cierta estabilidad macroeconómica y cumplimiento de las reglas de juego. Quizás
se asuma como respuesta la que dieron los gobiernos anteriores: no hubo
inversiones por la “inestabilidad” legal provocada por el uso de instrumentos
de democracia directa por parte –entre otros– de la propia fuerza que hoy
gobierna.
También
sería conveniente saber por qué entienden que el capital extranjero dará
prioridad a algunas seguridades del entorno en que operará la inversión (no
está siendo considerado el fortalecimiento del Poder Judicial y del orden público)
y dejará de lado los factores de riesgo del propio negocio, en particular el
tamaño y evolución de la demanda, el acceso seguro a los mercados externos y la
capacidad de los competidores para producir con menores costos.
Si
toda inversión es producto de un trade off entre rentabilidad y riesgo –en
relación con otros usos alternativos del capital–, el atraso cambiario sería un
desestímulo muy “estable” a la inversión productiva en bienes y servicios
comercializables con el exterior por su incidencia negativa en los costos de
producción.
Tampoco
son de recibo las propuestas que, en el ámbito del propio gobierno, intentan
atenuar graves problemas sociales desconociendo, en muchos casos, los
mecanismos de coordinación de la economía, y realizando planteos que más allá
de su efectismo son inconducentes. Imagínese, por un momento, que los precios y
cantidades de los bienes y servicios que se producen y consumen en una economía
se fijaran de acuerdo a las solicitudes de “buena voluntad” del Poder
Ejecutivo. O que se definieran los impuestos y las exoneraciones a aplicarse a
algunos bienes y servicios independientemente del efecto que esto tiene sobre
el consumo y la producción de otros bienes. También se pudieron haber
suspendido las ejecuciones por ley. Pero ninguna de estas propuestas puntuales
adquiere la entidad de un proyecto de desarrollo alternativo a la ortodoxia
económica dominante.
Actualmente,
se acuerdan primero montos y reglas con los organismos multilaterales de
crédito y luego se verá qué se puede hacer con el presupuesto nacional que debe
atender las necesidades sociales y el desarrollo económico– en el marco de las
restricciones acordadas.
NUEVO MODELO, SE BUSCA. La posibilidad de resolver
los graves problemas y el futuro económico del país en el marco de la
globalización proteccionista es baja, pero si se continúan aceptando los
lineamientos que imponen los acreedores externos es prácticamente nula. A su
vez, el insuficiente desarrollo de los acuerdos en el Mercosur ha impedido
generar condiciones para elaborar un proyecto nacional en el marco de uno
regional, porque ni siquiera existen garantías de acceso a dichos mercados.
Para
abordar la salida de la crisis y elaborar estrategias alternativas de
desarrollo es necesario reconocer el fracaso de las políticas centradas en
mejorar el sistema de incentivos mediante la apertura, la desregulación y la
liberalización de mercados. Las instituciones creadas por el neoliberalismo no
pueden ser adecuadas para un país productivo, con justicia social y profundización
democrática.
Esto
nos lleva a plantear temas centrales que no han sido abordados por el discurso
oficial: ¿cuáles son los cambios institucionales necesarios para romper la
actual trayectoria? ¿Cuál es la estrategia de desarrollo del país? Para
analizar estos temas se debe recurrir a dos hipótesis: a) las reglas del
sistema mundial capitalista se expresan en el marco institucional de nuestro
país y son un freno al desarrollo de las fuerzas productivas, y b) no existen
actualmente condiciones para modificar en forma radical dicha situación de
dominio.
El
problema fundamental, entonces, está en la dirección de los cambios: o se
trabaja para crear una nueva trayectoria o, en los hechos, se consolida el
predominio del capital trasnacional y sus aliados locales.
Para
implantar un modelo de desarrollo incluyente es imprescindible diseñar cambios
institucionales que modifiquen el actual orden social y una estrategia que dé
viabilidad a los mismos.
El
avance hacia una nueva sociedad exige, en primer término, definir aquellos
cambios institucionales imprescindibles para romper la actual trayectoria
capitalista que condena a la miseria a la mayoría de la población. En segundo
lugar, la implementación de un nuevo conjunto de reglas sólo será viable si existen
cambios culturales e ideológicos profundos, lo cual no puede quedarse en
declaraciones. Es necesario crear un sistema de incentivos eficaz y eficiente
que combine estímulos morales y materiales.
El
problema, reiteramos, no es la mayor o menor velocidad de los cambios sino
esencialmente la dirección de los mismos. Las fuerzas políticas progresistas
han sido prolíferas al definir los objetivos de sus programas, pero han sido
bastante menos precisas a la hora de definir los instrumentos para lograrlos. En
particular han subestimado la importancia fundamental de los cambios
institucionales como mecanismo para modificar un orden social y encontrar
nuevas vías para el desarrollo.
Hay
que evitar caer en los errores de gobiernos de países cercanos, que al percibir
los acotados márgenes de maniobra existentes para llevar adelante políticas
consecuentes con sus objetivos históricos, renuncian a ellos o los postergan
indefinidamente. Ni la improvisación efectista y las arengas vehementes, ni las
metas de “hambre cero” y los discursos “desde el Sur” en los foros
internacionales, ocultan la ausencia de cambios profundos en las estructuras
económicas de nuestros países vecinos y la falta de respuestas efectivas para
la pobreza y la indigencia.
Se
trata, por el contrario, de llevar adelante un proyecto alternativo de
desarrollo, entendido éste como un conjunto organizado de cambios
institucionales y de políticas socioeconómicas orientadas por un horizonte
cultural y de valores que se plantee superar las graves carencias de las
políticas mercadocéntricas y extrovertidas aún predominantes.
Para
lograrlo es necesario crear un nuevo sentido común, una sociedad donde
predominen los individuos con alta responsabilidad, honestos y conscientes de
sus propios intereses y de los intereses sociales, tanto en el cumplimiento de
los compromisos adquiridos como en evaluar y asumir la consecuencia de los
actos sobre terceros.
A
quienes pretenden construir una nueva sociedad –en particular a los dirigentes–
habría que recordarles lo que José Saramago ponía en boca de Juan el Bautista:
“No exijáis nada que no esté establecido en la ley, pero no penséis que la ley
es justa sólo porque la llamáis ley”.(5)
1. González
Faus, José, "Se puede seguir siendo de izquierda", citado por Pérez
Aguirre, Luis, en Desnudo de seguridades. Reflexiones para una acción
transformadora, Trilce, 2001.
2. Matus, Carlos, Adiós, señor presidente, Fundación Altadir, Caracas, 1994.
3. Reformas, entre otras, en el sistema financiero, la dgi, tributarias y de
las cajas policial, militar y bancaria.
4. La inversión bruta fija solamente superó el 16 por ciento del PBI en 1998,
muy por debajo de los niveles internacionales y de las necesidades de
desarrollo del país.
5. Saramago, José, El evangelio según Jesucristo, Alfaguara, Buenos Aires,
1996.