Hay un
tiempo por delante, que debemos potenciar para no perder ni frustrar el
entusiasmo esperanzado de más del 50% de los votantes del 31 de octubre, diría
más allá de lo expresado por los votos.
Tres crisis
destructivas de la economía en los últimos cuarenta años, han dejado una huella
imborrable, cuyas secuelas perdurarán por muchos años. El daño social y
económico es inmedible en toda su magnitud y profundidad. ¿Cómo se mide la
angustia? ¿Cómo se mide el impacto de la emigración en todas sus facetas;
desarraigo familiar, pérdida – para el país - intelectual y de mano de obra
calificada, entre otras?
¿Cómo se
cuantifica la magnitud de la marginación social? ¿Cómo se cuantifica la
magnitud de los efectos del hambre o la desnutrición en la niñez?
¿Cómo se
mide el daño intelectual inferido al niño por mala alimentación desde el
vientre de la madre? ¿Cómo se mide la magnitud de la emigración rural, en un
país de base agropecuaria? ¿Es medible el impacto de un estancamiento
estructural, frente a un mundo que cambió aceleradamente desde la década del 50
e impactante en las dos últimas décadas del siglo anterior? ¿Cómo se cuantifica
la destrucción de capital en inversiones productivas en cada crisis?
El país
después del 31 de octubre muestra un optimismo esperanzado.
Sin olvidar los hechos, apostemos a él y no a la
desesperanza.
Asumamos los hechos, para proyectar con
racionalidad y enfrentar las dificultades que nos esperan.
El modelo desintegrado, vigente, nos ha
puesto frente a un fatalismo
economicista, según el cual no hay otra visión que la del mercado para salir de los problemas, pero a pesar de ello,
éstos se han profundizado.
Lo social ha sido reducido a números estadísticos.
Los que
votaron por cambios creen que hay otra visión posible, con más equidad social.
Humildemente
creemos que si un modelo económico no sirve a las grandes mayorías debe ser
cambiado. La economía debe estar al servicio de la gente y no como hasta ahora.
Esa debe ser la señal política para pedir esfuerzos y sacrificios en beneficio
del país.
Por eso, más
allá de lo partidario, es trascendente esta victoria cívica del 31 de 0ctubre de 2004.
La mayoría
espera y el país necesita que esta fecha indique, en forma nítida un antes y un
después.
El 31 de
octubre hubo un “basta”. Pero para que ese “basta”, sea real y profundo, debe
ser asumido desde la visión de que
el país es uno.
El modelo de
economía desintegrada cuyos
resultados están hoy a la vista, está agotado, los datos sociales son vergonzosos.
El
desarrollo sostenido y sustentable que sacará al país adelante sólo será
posible con un modelo de economía
integrada, los últimos cincuenta años así lo muestran. ¿O se necesita más
daño al país para que nos demos cuenta de
que éste es uno y sólo como tal
puede caminar en busca de los cambios?
No debemos
olvidar que las esperanzas de cambios han sido frustradas una y otra vez en las
últimas cinco décadas. Por eso el nuevo tiempo que se sueña, es de una
importancia extraordinaria.
Puede haber
dificultades, pero frustraciones no,
y ahí es donde la comunicación,
adquiere un valor trascendental.
Hasta hoy el manejo de los grandes medios ha mantenido al país
desinformado del país real, vivimos la descontextualización
de la información y esto es desinformación.
La
información calificada hoy no está disponible para el gran público, sino para
los cercanos al poder.
El país
real, no es el país macrocefálico instalado en la Capital que ignoró
–históricamente- al interior y en particular al interior rural. El país real es
uno, el de todos, no el de los
corporativismos – de todas las especies -, funcionales al modelo de economía
desintegrada y al manejo político partidario. El país debe iniciar un diálogo–
que nunca tuvo – desde una visión
integrada. El país de las chacritas debe terminar, éste es el que nos ha
conducido a esta cruz de los caminos.
Todos
debemos asumir – en distintos grados - el daño económico y social de las crisis.
A la salida de las mismas, el crecimiento beneficia último a los más perjudicados. Todo lo
contrario del pensamiento artiguista, “que los más infelices sean los más
agraciados”.
Esta es una
de las consecuencias del modelo económico desintegrado, que distribuye mal y
profundiza las desigualdades.
Hoy el país tiene una deuda externa que condiciona
las posibilidades de inversión, con el agravante de que mayoritariamente no es
una deuda por inversiones productivas.
Vivimos–una
vez más- el reclamo de todos los sectores sociales y productivos.
Canalizar estos reclamos en el marco de enormes
asimetrías -sociales
y económicas-, requiere una visión de
país integrado.
Todo este
cuadro se agrava cuando observamos un estado manejado partidariamente en los
últimos 74 años, con descaecimiento ético y moral, que conlleva a un alto grado
de amoralidad en el manejo de la cosa pública.
La situación
económica al día de hoy, nos muestra un país sin poder de decisión por el peso
de su endeudamiento. Los grandes números de cómo se distribuyen los recursos
son lapidarios, 20% como pago de
intereses de la deuda, 50% seguridad social y 30% gastos del estado. No
hablamos de las inversiones y la amortización de la deuda.
Muy sueltos
de cuerpo muchos dirigentes y técnicos del oficialismo, sin asumir ninguna
responsabilidad en la crisis e indiferentes al dolor social que ésta lleva
implícito, han dicho con soberbia palaciega; Uruguay siempre “honró” las
deudas. La verdad simple es que las deudas del mal manejo se “honraron” –
siempre – con el sudor y las lágrimas de los más débiles – asalariados,
pasivos, etc. - y la ruina de buena parte de los sectores económicos, entre
ellos el más rehén, el campo.
Hay que
terminar una etapa de la vida del país, en la cuál los gobernantes - con total
desaprensión e impunidad - han trasladado los costos de las crisis a los
sectores más vulnerables, sólo una minoría han sido los grandes beneficiados.
El país del futuro será integrado o no será, la
historia no pasa en vano.
Hay que
recrear instituciones del y para el país por encima de los intereses
partidarios, ésta deberá ser de acá en más una de las prioridades políticas, de
lo contrario los esfuerzos se verán anulados por el aparato clientelistíco que
puebla los organismos del estado.
No olvidar que un modo de manejar el país debe ser
erradicado, desde la ética, la moral y el apoyo en las urnas surge el reclamo.
Vivimos una
realidad discursiva, ajena a los hechos y a las causas que los provocan. Se
habla eufóricamente del crecimiento de la economía después de 4 años de
recesión como algo mágico y fruto de “magnificas” decisiones políticas. No hay
magia. Es el rebote lógico de la economía después de frenar la caída y a una
devaluación del orden del 100% en el 2002. Ha colaborado también una favorable
coyuntura de precios internacionales y la no atención - en función del daño - a
los perjudicados, por la crisis bancaria y la nueva relación cambiaria. La
magia sería que los buenos precios de las materias primas se mantuvieran.
Sin
referirnos a la microeconomía - situación de las empresas -, a la caída del
poder adquisitivo de los salarios y pasividades, a la desocupación – gran parte
estructural y tecnológica -, al empleo precario, a los trabajos basura, a los
trabajos en negro, a la exclusión social, a la indigencia, a los niveles de
pobreza, etc., etc., la economía puede dar la sensación de estar “bien”. Los
números de la macroeconomía,
descontextualizados, no son un correcto indicador de la real situación
económica y social del país, sólo son funcionales al manejo partidario.
Así se ha “leído” al país en los últimos 50 años y
así estamos.
Para los
desmemoriados, en la década del 90, los productores rurales “cosecharon” la
mayor deuda de su historia – que hoy sigue vigente -, muchos se fundieron,
mientras los dirigentes del partido único*
y los economistas del modelo festejaban
las cifras récord de todos los indicadores agropecuarios.
Hemos dicho
y lo reiteramos, la economía del país
está fundada a partir de la confiscación de rentas del agro y a productor
perdido.
Por eso los
casi cíclicos endeudamientos del agro no preocupan, se les ha utilizado
electoralmente. Una prueba contundente de ello es que seguimos hablando del
endeudamiento del agro desde 1999, a pesar de las múltiples “soluciones”
implementadas. Por eso tampoco importa la visión microeconómica del sector.
Seguimos sin hablar de las causas de los problemas, porque es a través de ellas que queda al desnudo el
modelo. Seguimos tratando de mantener las formas y los ritos hasta que la
realidad nos aplasta. Así aparece el problema – que no es casual - de Cofac y
seguimos discurseando.
La lectura de la macroeconomía, sin atender la
microeconomía – realidad de las empresas -, como los promedios, permite
esconder o disimular la verdadera magnitud de los problemas.
Dicho sea de
paso, la microeconomía es un gran debe en el país, sin un profundo conocimiento
en esa área de la economía, se seguirán planteando “soluciones” que terminaran
fracasando como le ha ocurrido hasta ahora a innumerables proyectos en nuestra
historia reciente.
Mientras
sigamos mirando al país desde lo partidario y no veamos que las causas de los
problemas de hoy tienen larga data, no habrá cambios. Cambios sostenibles y
sustentables.
Carlos
Quijano escribía en Marcha el 7 de abril
de 1961 entre otros conceptos lo siguiente:
“Pero comprendemos también que la incuria y la
incapacidad y el despilfarro propios son los culpables en buen grado, de
nuestra propia sujeción. Las cuentas se pagan siempre o por las vías normales,
o por otras deshonrosas. Hemos hechos muchos disparates, cometido muchas torpezas,
invertido mal y consumido de más. Resulta así inevitable que para cubrir
despilfarros, consumos prescindibles,
colocaciones suntuarias en edificios y obras que suelen ser al mismo tiempo
expresiones de vanidad y Monumentos al mal gusto, proyectos absurdos, promesas
demagógicas, haya quienes postulen – soluciones siempre a corto plazo, por otra
parte -, recurrir al capital extranjero”...
“La vía de la
ayuda extranjera es la vía de la facilidad; pero también del compromiso y de la
sumisión”...
Más adelante escribía;
“Las diferencias de cambio y las detracciones – los
mismos perros con distintos collares – produjeron entre 1937 y 1960 un total de
1100 millones de pesos. ¿Que hicimos con tan ingente suma? ¿En que la
empleamos?
En subsidiar el consumo, en lugar de subsidiar la
producción. En abaratar los precios de la leche o de la carne en Montevideo,
con prescindencia de la campaña; en reducir los costos del pan o las tarifas de
la Usina; en cubrir los déficit de los ferrocarriles. ¿Por qué el subsidio al consumo
y no el empleo en la inversión productiva y planificada? La respuesta es obvia.
Por miopía y también por demagogia, que es, en definitiva una forma de miopía.
La inversión útil rinde en el tiempo; el subsidio al consumo se traduce de
inmediato en una baja que se cree sustancial y también, puede que con
ingenuidad, rendidora de votos.
Es fácil comprender cuánto se hubiera podido realizar
en el sector de las obras públicas, donde nuestro atraso aún respecto a otros
países de nuestra propia América, es pavoroso”...
Más adelante
agregaba:
”Le hemos dado al país la convicción criminal de que
el trabajo es una maldición. Hemos creado la psicosis de la jubilación. Hemos
prostituido a la gente, a toda la gente que procura obtener con el mínimo
esfuerzo – es ya un vicio – la mayor ventaja a costa del Estado, como si el
estado les fuera ajeno.
El sistema
jubilatorio en general, es entre nosotros, un gran despilfarro y estamos
entregando a los de hoy unos pesos más, a costa no sólo de los que mañana
llegarán también a viejos, sino lo que no es menos grave, a costa del
desarrollo del país y de su producción presente y futura”...
“Las sumas que el país despilfarra, por falta de una
aplicación juiciosa de sus recursos, son enormes. Atentos al consumo hemos
abandonado totalmente la inversión y muchas veces, cuando invertimos, no
invertimos bien. Cada peso que se utiliza mal, es un peso robado al país”.
Los
subrayados son nuestros.
Quijano
describe con precisión y claridad ese Uruguay que nosotros vivimos. Con los dineros
del país se sobornó la conciencia ciudadana.
Pero volvamos a la memoria histórica.
Eliseo Salvador Porta en su libro “Qué es la
revolución”- editado en julio de 1969 - escribía:
Una de las “conquistas” de que más orgullo se siente
en el Uruguay es, el de su legislación sobre trabajo y Previsión Social.
Precisamente hay un Ministerio y un Banco, respectivamente, con tales nombres.
El sistema de Seguridad social sigue siendo
presentado como “avanzado” por los
oradores preelectorales y por cierta prensa.
Pero veamos
lo que dijo al respecto el 10 de octubre de este año de 1968, en la Cámara
de representantes, el Ministro de
Trabajo Dr. Espíndola: “El sistema de seguridad social del
Uruguay está tocando fondo. No quiero ser alarmista al
extremo; pero creo que es mi deber, como uruguayo y como hombre que ha vivido
estos problemas, y los está viviendo diariamente, como si fueran propios,
llamar la atención de los parlamentarios de mi país acerca de esta realidad. Repito que el problema de la previsión social
está tocando fondo y si continuamos en esta posición errónea que llevamos,
irremediablemente nos conducirá a una especie de catástrofe social” (Pág.121
del Repartido) y agregó:
“Sentimos como este edificio empieza a agrietarse y
tememos que se nos venga abajo.
No sabemos que repartimos porque no sabemos que es lo
que tenemos y no podemos repartir lo que no hay, lo que no se produce. En
realidad, estamos repartiendo miseria. Esto es lo cierto: en las clases más
bajas en los estratos más pobres, estamos repartiendo miseria, dolor, angustia
y desesperanza. Y esto no es un sistema de seguridad social”. (Pág. 123.
Acaba de
hablar el Ministro de uno de uno de los países de América Latina que pasa por
estar a la cabeza en materia de seguridad social.
Los subrayados
son nuestros.
Esto avala
lo expresado por Quijano y nos reafirma en la convicción de que nuestros
problemas vienen de lejos.
En la década
del sesenta se profundiza la decadencia política y moral que marcará las
últimas cuatro décadas. Los problemas de hoy son los frutos del ayer.
Por eso repetimos, las soluciones que el país
necesita hoy, sólo serán posibles, si asumimos la historia, que no es
revisionismo, sino la herramienta eficaz para construir el futuro desde una
visión integrada e integradora.
Más de cinco
décadas dilapidando los recursos del país nos pasa la factura, los problemas
estructurales denunciados en las décadas del 50 y 60 siguen esperando las
soluciones.
¿O vamos
olvidar el daño hecho a miles y seguir escuchando a los responsables, como si
no hubieran estado en el país? ¿Descaro o impunidad ante la desinformación? Si
se quiere hablar en serio de los cambios hay que ponerse en la piel de los
excluidos, de los marginados, de los que están por debajo de la línea de
pobreza, de los exiliados económicos – que no pueden emigrar por su edad –, de
los endeudados por trabajar o comprar una vivienda y de los ahorristas que
creyeron en el discurso de los gobernantes hasta el 31 de octubre.
El esfuerzo
para erradicar la exclusión, la pobreza y la marginación nos conducirá a una
recreación y profundización de la solidaridad.
Esta es una oportunidad histórica de crecer política
y moralmente, no la desaprovechemos.
Así
levantaremos nuestra alicaída autoestima y potenciaremos una conducta por el
país y contra la inmoralidad en su manejo.
Uno de los
mayores daños, fruto del manejo del partido único*, es la pérdida de la capacidad de pensar autocríticamente y sin prejuicios, único camino para crear y
corregir.
Para
mantenerse en el poder el partido único*
desarrolló la dialéctica de ver todo a través de lo partidario. Acostumbró a la
ciudadanía a los favores del clientelismo. Mediocrizó la política, vaciándola
de una visión país.
Esta
“cultura” impregnó toda la vida del país. Este será uno de los puntos sensibles
que deberá enfrentar la nueva administración a la hora de instrumentar los
cambios. La economía, no podía estar ajena a este fenómeno, de ahí el pobre
desempeño histórico de la misma. En este marco no hay cabida para un proyecto
Nacional.
La correcta interpretación de las causas que nos
condujeron hasta aquí, serán las herramientas fundamentales para instrumentar
los cambios.
*El
partido único es el que surge en el pacto del “chinchulín” – año 1931 - en
el que se acuerda el reparto del poder
– proporcional a los votos - entre el partido colorado y un sector del partido
nacional, incorporado luego por la totalidad de los dos partidos a la
constitución de la república en la reforma de 1951, a partir de ahí es a cuota
fija, 3 y 2. Este manejo se extendió hasta el 31 de 0ctubre de 2004.
phr@internet.com.uy Marzo 2005